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JR Ribeyro, un escritor sin tiempo

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Ribeyro debió ser un escritor del boom, pero su fobia a la fama y, sobre todo, su vocación por expresar mundos y personajes marginales, lo apartaron de este movimiento. Sin embargo, a su pesar, es hoy un escritor universal.
 Mientras vivió, Julio Ramón Ribeyro fue autor de libros intimistas y lector voraz de diarios y documentos confesionales. Cultivó —como un escritor del siglo XIX— las aporías, el aforismo, el diario y el género epistolar, formatos que muy bien podrían ajustarse a los que usan los seres humanos del presente como Facebook o Twiter.
A finales de un siglo como el XX, contaminado por la tecnología y la informática, escribió libros de muy difícil clasificación: Prosas apátridas, La tentación del fracaso y Dichos de Lúder, en tanto en el mercado abundaban las novelas policiales, de amor, de aventuras y de ciencia ficción. El siglo XX —enemigo declarado del intimismo literario— lo ayudó a que escribiera esos textos raros. Y cuando ya faltaba poco para que llegara la nueva centuria y esos “raros” empezaran a publicarse con más regularidad y éxito, se fue de este mundo.
Siempre imagino a Ribeyro frente a la pantalla plana de una PC, ansioso por hilvanar unas cuantas frases contundentes. Luego —como antes lo hacía desde un café del Barrio Latino— observar a la gente, a la cotidianidad, al paisaje, a la realidad entera y cortarla a pedacitos con el cuchillo filudo de la inteligencia. Y escribir. Rápido y sin parar. Él dijo que sus prosas eran “apátridas” porque no encajaban en los convencionalismos de su literatura. Los lectores añadimos que eran “apátridas” porque pertenecían a un hombre sin una patria específica. Nuestro admirado escritor se murió cuando el ciberespacio le podía haber dado la patria que necesitaba para escribir desde la hondura de su yo pasajero.
Se trataba de un escritor que iba a contracorriente y, en cierto modo, anacrónico por propia voluntad. Cuando el boom y la novela épica estaban en su esplendor, el autor de Los gallinazos sin plumas escribía historias de personas sin porvenir, vencidos por el tedio y la rutina, historias sin motivaciones sociales; de modo que no encajó en la revolución que quebró las estructuras de la novela contemporánea, pese a que generacionalmente estaba muy cerca del cogollo de ese movimiento: Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes.
«Nacido en 1929, era quine años menor que Cortázar, dos años menor que García Márquez, un año menor que Fuentes, apenas siete años mayor que Vargas Llosa. Es decir, era en estricto escritor del boom latinoamericano. Y, sin embargo, poco o nada tuvo que ver con el fenómeno narrativo que en esos momentos estos nombres encabezaron», ha escrito Juan Gabriel Vásquez.

Entre los años 50 y 60, los narradores latinoamericanos imaginaban una realidad donde ocurrían cosas maravillosas e insólitas o surgían epopeyas sociales, Ribeyro en cambio escribió sobre asuntos más intimistas, domésticos, sin color, con personajes llenos de frustraciones y envueltos en su propia vida gris. Al cabo de los años, los tópicos del escritor peruano calzan, curiosamente, muy bien con las grandes preocupaciones del hombre contemporáneo. Ribeyro no escribió una novela como las que predominaban en los años sesenta y setenta, pero expresó con acierto la condición humana; de ahí su vigencia.

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