Es casi unánime en los círculos académicos del periodismo considerar Hiroshima de John Hersey como uno de los mejores, sino, el mejor libro de periodismo narrativo (o literario) jamás publicado.
Acabo de leer Hiroshima de John Herseyen una traducción al español hecha por el colombiano Juan Gabriel Vásquez y publicada en una nueva edición por Debate (2015) y estoy sorprendido —como todos los lectores que se acercan a sus páginas— por la concepción y calidad de un texto más o menos breve que la revista The New Yorker publicó en un solo número en 1946 y consideró después como “el más famoso artículo de revista jamás publicado”.
Hiroshima es considerado un ejemplo de cómo se puede narrar desde de los personajes; es decir, desde los protagonistas o testigos de un hecho periodístico. La historia, en efecto, se estructura en base al relato en tercera persona de seis sobrevivientes a partir del momento (las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945) en que la primera bomba atómica relampagueó sobre el cielo de Hiroshima y sumió a los japoneses en una era de momentáneo apocalipsis.
Cuando el bombardero Enola Gay soltó a 10 kilómetros de altitud la bomba atómica bautizada como Little Boy y los 60 kilogramos de Uranio-235 estallaron con una potencia de 13 kilotones, la señorita Toshiko Sasaki “estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino”; el doctor Masakasu Fuji se alistaba a leer un diario; la señora Hatsuyo Nakamura observaba a un vecino derribar su casa; el padre Wilhelm Kleinsorge estaba recostado sobre un catre leyendo una revista; el doctor Terufumi Sasaki caminaba por uno de los corredores del hospital donde trabajaba; y el reverendo metodista Kiyoshi Tanimoto descargaba una carretilla llena de cosas.
La crónica sigue la suerte de estos seis personajes y nos descubre los instantes de horror que causó la explosión y los días que sucedieron a esa pesadilla. El relato es aterrador: cadáveres chamuscados, heridos que caminan con los ojos vaciados, sangre y pus por doquier; es también una suma de sorpresas sobre la cultura tradicional del Japón (los sobrevivientes les piden perdón a los muertos por estar vivos, los sanos se disculpen ante los heridos por estar de pie y sin rasguños); así como una explicación serena de la crueldad a quienes están del lado de los “vencedores”. “No conozco otro caso de un texto tan profundo y tan claro en sus propósitos que lleve al público de un país que acaba de ganar una guerra a la mente, la sensibilidad y el sufrimiento de sus vencidos”, ha dicho Roberto Herrscher.
Tom Wolfe y los integrantes del Nuevo Periodismo norteamericano consideraron a John Hersey como “un antecedente remoto” de su movimiento (el que consideraba que la novela estaba en cuidados intensivos y que el futuro de la narración estaba en el periodismo que ellos practicaban), sin embargo él los consideró siempre como parte de un corriente postiza y fraudulenta, llena de excesos literarios. Hersey creía, ante todo, que un periodista debía ser fiel a la realidad. Y eso es lo que hizo con Hiroshima, un modelo de cómo escribir periodismo de alto vuelo sin traicionar a la verdad.