El libro Asociación ilícita de Leonardo Aguirre nos revela una historia grotesca y estrafalaria de nuestra literatura basada en el dato biográfico, los dilemas éticos, las incontinencias verbales y la contradicción de sus protagonistas.
Con su libro Asociación ilícita Leonardo Aguirre ha trasgredido conceptos y géneros literarios y, sobre todo, ha agitado el gallinero. Julio Ortega afirma que “ha inventado la crónica de auto-ficción”, ya que “reconstruye la biografía escandalosa” (yo diría grotesca y estrafalaria) de los escritores peruanos con la escrupulosidad de un documentalista (“erudición de un notario”, dice Fernando Ampuero).
Yo no estoy muy seguro de si hay autoficción en lo que ha escrito o si se “ha disfrazado de testigo protagonista” para contarnos las cosas. No veo que mezcle lo autobiográfico y lo ficticio de manera intencional. Más que “autoficcional” creo que es “vitriólico”.
Ortega llama acertadamente al trabajo de Aguirre una “excelente metáfora para conocer la interioridad […] del desarrollo social del escritor en el Perú”. Y lo que revela esa metáfora es una situación jocosa, esperpéntica y desenfrenada, nunca aburrida. Gracias a su capacidad notarial, documental y narrativa (y también perversa e insidiosa), Aguirre ha conseguido desvelar lo que se oculta detrás del telón.
El autor alterna su escritura en dos niveles: por un lado, el relato principal, oficial y visible, en el que mezcla biografías y hechos sustentados en fuentes comprobables; y por otro, un relato más subterráneo, clandestino o poco conocido, en el que ofrece más detalles de las contradicciones, exabruptos lingüísticos y metidas de pata en que los escritores incurren porque son precisamente seres humanos. Este relato usa como formato principal el pie de página.
Un pie de página es una información complementaria que se consigna al final de una página o un capítulo con la ayuda de un número o un asterisco. Por lo general, son incómodas y molestosas porque interfieren en la fluidez de la lectura. En el caso de Asociación ilícita, la mayor parte de las 1215 que tiene el libro funcionan como un complemento o una escenografía de la comedia que los egos literarios (revueltos, dice Juan Cruz) representan (mejor dicho: viven) ante nuestra mirada atónita.
El editor Roberto Calasso afirma que las solapas y las contraportadas son las vías a través de las cuales los lectores “oyen” la voz de los libros. De manera que redactarlas requiere de experiencia, astucia y capacidad, cualidades que, por lo general, las tienen los buenos editores, que son quienes las han convertido en un género literario. Así también Jorge Luis Borges —que no fue un editor, sino un escritor— usó las notas a pie de páginas como una especie de la ficción. En este mismo sentido, yo diría que Leonardo Aguirre ha reasignado el rol de las notas a pie de página como recursos literarios, recursos empleados con mucha eficacia en una historia contemporánea de nuestra literatura que, por lo esperpéntica, más parece una ficción que una realidad.