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John Banville y la belleza de la atmósfera

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Es casi unánime que los narradores crean siempre dos tipos de historias: las que se concentran en la anécdota y en el desenlace sorpresivo; y las que logran crear un tono, una atmósfera, un clima, o una paradoja íntima.
En realidad, la historia de la narrativa se ha movido entre dos vertientes. Por un lado, hay autores preocupados más por los sucesos y los hechos; y autores a los que les resulta fundamental construir sensaciones antes que un conjunto de hechos potenciados por una trama compleja.
Tomemos como ejemplo los cuentos La dama del perrito de Anton Chéjov y La carta robada de Edgar Allan Poe. En el primero, se cuenta la historia de Gúrov y Anna, quienes se conocen casualmente en Yalta, a donde han ido a parar con el de olvidar los malos momentos que pasan en sus matrimonios. Ambos viven un romance y luego regresan a sus hogares, donde cada uno espera olvidar al otro, cosa que no ocurre. Gúrov va en busca de Anna a San Petesburgo, pero ella lo rechaza y le sugiere e más bien encontrarse en Moscú para retomar la relación. La historia termina cuando ambos hacen planes para el nuevo encuentro. La anécdota es banal, insulsa y el relato vale por el clima que desarrolla: un clima de ansiedad y obsesión.
En La carta robada, el ladrón de una carta de grandes implicancias políticas (un importante ministro) ha sido identificado por la policía, la cual sabe además que la tiene oculta en su domicilio, pero ignora exactamente dónde. Con este fin, el prefecto que dirige el caso llama  al detective Dumpin para que se haga cargo del caso a cambio de una gran recompensa. Mediante un ingenioso análisis y una astuta treta para distraer al ministro, Dumpin llega a determinar dónde se  encuentra oculta: en el escritorio, el lugar más visible y, por lo mismo, menos sospechoso. El detective cambia la carta original por otra que había preparado cuidadosamente y así resuelve el asunto. En esta historia lo más importante es lo que sucede, la forma en que se entrelazan los acontecimientos.
La novela Eclipse de John Danville es tributaria de las narraciones donde lo más importante es el tono surreal y lírico que crea alrededor de los personajes. La trama es simple: Alexander Clave, un actor famoso, decide regresar al hogar de su infancia con el fin de encontrase consigo mismo y comprender la crisis nerviosa que lo atenaza luego de su retiro. En la vieja y sucia casa se le aparecen esporádicamente tres espectros (una mujer, un niño y un hombre que no puede reconocer), los cuales parecen darle algunas señales sobre su pasado. Más tarde descubre que en la casa viven también dos inquilinos de carne y hueso con los que establece una relación entre tolerante y huidiza. Luego de un tiempo, su esposa viene en su busca con la intención de salvar su matrimonio y comunicarle que su hija mayor, Cass, quien padece de una enfermedad mental, está embarazada. El actor se ve envuelto en el caos y la desesperación, hasta que finalmente alguien le comunica que Cass se ha suicidado. Tras la muerte de la hija, Alexander Clave se da cuenta que los espectros que se le aparecían eran los miembros de su propia familia, los cuales buscaban darle señales del futuro, no del pasado; es decir, señales sobre el destino trágico de Cass. Pero ya es muy tarde para evitarlo.
Para escribir una novela de estas características hace falta manejar una prosa deslumbrante, de connotaciones líricas, llena de referencias culturales clásicas, de grandes objetivos estéticos y un manejo elegante de la ironía, cosa que John Banville, uno de los más grandes novelistas del mundo contemporáneo, maneja con suma maestría.



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