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Pamuk y sus recuerdos de Estambul

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Las ciudades de los escritores suelen ser espacios fugaces de felicidad, odios y recuerdos, más que simples lugares físicos por donde ellos transitan. Un libro de memorias de Onhar Pamuk,  Estambul: ciudad y recuerdos, así lo confirma.
Los escritores suelen establecer con las ciudades —que son de todos— una relación íntima que oscila entre el amor y el odio, entre la aceptación y el rechazo o entre el silencio y la elocuencia. Un estadio espiritual de sentimientos simultáneos, nunca por separado.
Franz Kafka, Fernando Pessoa, James Joyce Jorge Luis Borges y Julio Ramón Ribeyro, por ejemplo, se refirieron a Praga, Lisboa, Dublin, Buenos Aires y Lima como espacios de existencia, las convirtieron escenarios de sus obras y, en el mejor de los casos, las cubrieron con el manto de su imaginación. Los escritores redibujan de este modo espacios del pasado y el futuro que el tiempo confirma o diluye según la grandeza del creador.
Las ciudades están presentes como un espacio donde se reproduce el universo literario de los escritores o como el objeto mismo de sus afectos, recuerdos, melancolías y obsesiones. Cuando ocurre lo primero, son por lo general los conocedores de sus obras los que reconstruyen mediante guías, mapas, itinerarios y diccionarios personales las vidas que ellos vivieron en las ciudades que amaron y odiaron a la vez. Tenemos así libros sobre la Praga de Kakfa, el Buenos Aires de Borges o el Dublin de Joyce.
Cuando ocurre lo segundo, los escritores escriben memorias o autobiografías en las que se mezcla el recuerdo, la educación sentimental e intelectual y los viajes que realizaron por el mundo interno y externo. Pocos, sin embargo, han dedicado a una ciudad un libro entero donde pudieran resolver la tensa relación que mantuvieron con ella a lo largo de su vida. Es el caso del premio nobel turco Onhar Pamuk, quien en el 2003 publicó su libro Estambul: ciudad y recuerdos, un libro escrito con una visión panorámica y al mismo tiempo personal.
Estambul es Onhar Pamuk la ciudad física y la ciudad ideal, la pobreza y el esplendor, el pasado y el presente; es decir, establece con esta legendaria ciudad turca una relación ambivalente, en la que, además, padeció las contradicciones propias de su vocación artística y la clase social a la que pertenecía. La familia del novelista era rica y occidentalizada y guardaba en su imaginario el antiguo esplendor de la capital del imperio otomano. Pamuk vive estas contradicciones como un dolor que lo desgarra y, al mismo, tiempo como el descubrimiento de una belleza interior y aterradora: la amargura.
Según el novelista turco, Estambul está ligada con sus habitantes a través de un sentimiento común: la amargura, la que a su vez es alentada por la sensación de pérdida y pobreza, por el dilema de ser occidental o ser oriental o simplemente por un estado espiritual de derrota que todos sienten sin comprenderlo cabalmente. El libro, que está acompañado de fotografías muy expresivas sobre la belleza y la fealdad física y moral de Estambul, se convierten realidad en una elegía en la que desfilan recuerdos, personajes, curiosidades, recuerdos maravillosos y felices, así como una testimonio sobre el encuentro violento entre la lo antiguo y lo moderno. Las imágenes que proyecta el memorioso Pamuk recuperan las callejuelas, los edificios, las estatuas, los parques, los cementerios y el mítico Bósforo, quizás el gran personaje de estas memorias.

Gracias a este libro uno puede conocer emocionalmente a Estambul y, sobre todo, conocer la importancia que una ciudad puede tener para el desarrollo literario y espiritual para un escritor.

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