Quantcast
Channel: Cuaderno del tribal
Viewing all articles
Browse latest Browse all 322

Dame tu voto y no preguntes quién soy

$
0
0
¿Si los políticos peruanos no son leales con las ideas que pregonan cómo van a serlo con los electores o el partido al que pertenecen? El cambio de camiseta no debería extrañar a nadie en un país sin sistema de partidos y estamentos políticos coherentes.
La política, por su misma naturaleza, requiere de ciudadanos preparados, probos y conscientes de que representan a las mayorías que los eligen —o dejan que ejerzan de facto su representación— para que garanticen la vigencia de sus derechos. Al menos esto es así en teoría.
Mal que bien, los políticos se preparan para gobernar, profesar una ideología, formar una especie de linaje, hacer una carrera de años, tratar de entender cómo funciona el Estado y poner en práctica las mejores recetas para gobernar. El poder político se basa en la prepotencia, el dominio, el mando, el privilegio, la superioridad y la conspiración contra el débil. La historia de los Estados es la historia de la lucha contra esta forma de poder, así como una cabal demostración de que la política y los políticos —pese a las profundas injusticias que acarrean— resultan necesarios para la vida social. De allí lo conveniente de contar un sistema de partidos y estamentos políticos.
Pero como la mayor parte de los oficios, artes y profesiones la política se ha ido devaluando a saltos agigantados. La corrupción —esa peste de los Estados ricos y pobres— ha convertido los fines primigenios de la política en asuntos subalternos que conciernen solo a soñadores y «tontos útiles». Tras ella se agazapa una lógica perversa: dame tu voto y no preguntes quién soy y a qué me dedico.
En el Perú a partir de 1992 la política sufrió un proceso de  «espectacularización». Los políticos con ideología y discursos con contenido desparecieron o se arrinconaron en movimientos de última hora. Los empresarios, los periodistas, los militares retirados, los caciques de provincia y algunos ciudadanos de «éxito» se apoderaron de puestos de mando y representación. Las de 1990 fueron, creo, las últimas elecciones con contenido ideológico en el Perú. Sin embargo, ya algo anunciaba que el medio político del Perú empezaba a perder profundidad y decencia. Al poco tiempo, las cosas se pusieron patas arriba: había muy poco espacio para los políticos de vocación y mucho para los que buscaban una fórmula de ascenso económico. La prédica de que se había llegado al fin de la historia, los partidos y las ideologías «lumpenizó» el discurso electoral y abrió de par en par las puertas —con la ayuda de los medios de comunicación— a los aventureros y a los improvisados.
Perdidos en medio de la nada, sin debate de ideas, sujetos a los vaivenes del poder y el dinero, los políticos pasan de una tienda política a otra, buscan su acomodo, revelan sus verdaderas ambiciones. ¿Si no son leales con las ideas que pregonan cómo van a serlo con los electores o el partido al que pertenecen? En este sentido, no debería llamarnos la atención que Anel Towsend haya pasado a las filas de APP, que Lourdes Flores haya propiciado una alianza con el APRA o que Susana Villarán forme parte de la plancha presidencial de Daniel Urresti. Entiendo que muchos electores nos sintamos defraudados o incluso traicionados, ¿pero de verdad podíamos esperar algo diferente?

La tragedia de nuestra historia es que nuestra lucha por salir de la pobreza no se corresponde con una lucha para tener un sistema de partidos y estamentos políticos (con las responsabilidades personales y colectivas que esto supone). La tragedia salta a la vista con políticos que se venden por un plato de lentejas.

Viewing all articles
Browse latest Browse all 322

Trending Articles