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Nuestro amor por los libros

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Es innegable que todos los niños  desarrollan un gusto especial por la lectura y los libros. Esto se debe, quizás, a que a esa edad los vemos como objetos sagrados y como fuentes infinitas de placer, aunque no sepamos leer. Los libros lo son todo: la puerta de escape, un mundo paralelo, la imaginación convertida en realidad, la realización de nuestros anhelos y deseos.
Cuando veo a mi hija Luciana tomar sus libros con gran afecto y gozo no puedo dejar de preguntarme si este amor que siente por ellos logrará prevalecer durante las diversas etapas que atravesará a lo largo de su vida. Espero que sí. Pero a veces siento también un nudo en la garganta. El objetivo de lograr que un niño ame la lectura lo persigo desde antes de ser padre y, ahora que lo soy, me asusta un poco.
Me asusta porque ese amor por los libros que manifiestan todos los seres humanos al comienzo de sus vidas se convierte luego en una profunda indiferencia. ¿Por qué? ¿Qué pasa en el trayecto de la infancia a la adolescencia? ¿Por qué el viaje que realiza la lectura de la casa a la escuela se convierte después en una pesadilla? ¿Es la escuela, con sus imposiciones, el lugar donde se acaba el valor simbólico y hedonista de los libros? Todo parece indicar que sí, pues allí la lectura antes que en un placer se convierte en una obligación.
Leer es, ante todo, un placer y no una imposición. Profesores y estudiantes deben replantearse, por todas las razones anteriores, los objetivos del famoso plan lector que siguen las escuelas y todas las ideas que tienen en torno a incentivar la lectura. El placer supone también el despliegue de la pasión. Un profesor desapasionado tendrá como consecuencia un estudiante apático y desdeñoso. Y el sistema educativo peruano está lleno de estudiantes apáticos y desdeñosos.
En principio, todo lo que es impuesto hace infelices a los seres humanos. Si la lectura es impuesta,  tendremos siempre lectores infelices. Y los lectores infelices lo único que pueden sentir es rechazo por lo libros y la lectura. Y cuando lo libros carecen de afecto son considerados objetos sin valor a los que se les puede maltratar y destruir sin ningún remordimiento. A veces, los adultos enseñamos a los niños, queriendo o sin querer, que un televisor, un reloj o una prenda de vestir valen más que los conocimientos que los libros albergan. Siguiendo esta lógica, los mayores alentamos a veces la compra de textos sin prestar atención a su procedencia. De esta manera, lo único que hacemos es perder el respeto por ellos, reducirlos a meros objetos utilitarios y acabar con el escaso valor simbólico que aún tienen.
Temeroso de lo que vaya a sucederle en la escuela, procuro siempre por esto que mi hija Luciana comparta libremente mi cariño por los libros y la lectura. Esto no es obra de un plan o una estrategia para que ella se convierta en una futura lectora. Lo que hago simplemente es compartir con ella mis quehaceres cotidianos y amarla según como vivo y predico. Luciana me  ve ordenar, limpiar y consultar los libros y a continuación hace lo mismo sin que yo se lo pida. Confío en que la sola presencia de estos la envuelva en una atmósfera agradable que luego recuerde con afecto.
De niño fue el propietario de un libro con el cual iba a todas partes. Contaba la historia de un pirata y estaba primorosamente ilustrado. Era de esos que se hacen especialmente para los niños: páginas gruesas, de gran formato y muy resistente. Debido al uso, el librito, sin embargo, se caía a pedazos y yo, que apenas sabía leer, lo amaba por sus figuras y el misterio que encerraban las letras que narraban las aventuras del personaje. Al parecer, el amor era tanto que dormía con el libro. Un día, mientras jugaba en el parque cercano a mi casa, un grandulón me lo arrebató de un zarpazo y lloré, según me cuentan, varios días.
Mi historia de lector comienza con ese robo violento. Soy, en cierta forma, un lector que se la ha pasado lamentando en silencio la pérdida de ese objeto tan preciado. Quiero creer que partir de entonces la historia de mi vida es algo así como la búsqueda de ese santo grial. Cada libro al que le he metido diente es la recuperación parcial de la historia del pirata y de esos dibujos primorosos que tanto me gustaba mirar. Me gustaría, en este sentido, que Luciana viviera también, a su manera, la búsqueda de su propio santo grial. Es solo un deseo, y todos saben que los deseos esconden las pulsiones que nos conducen a la felicidad.
Me preocupa también la “primera vez” como lectora de Luciana. Cuando digo “primera vez” me refiero no a las lecturas que tendrá de niña, sino a la lectura que cambiará su vida, la lectura que dividirá su condición de ser humano antes y después del gusto por la lectura.«La primera experiencia literaria, como la primera experiencia sexual, debe estar precedida de un hábil trabajo de seducción, o de lo contrario puede volverse traumática», dice el mexicano Enrique Serna. Y no le falta razón. Si “nuestra primera vez” como lectores ocurre con un libro denso y aburrido, es más que seguro que nuestra relación con la lectura será nefasta y espantará al buen lector que todos llevamos dentro. Por esta razón, no hay manera más eficaz de inculcar el odio por los libros a un niño o a un adolescente que obligándolo a leer textos densos y aburridos bajo la premisa de que solo la cultura puede salvar sus almas de rebaños desconcertados.
En futuro que la espera a Luciana como lectora es peliagudo. No solo enfrentará las imposiciones de la escuela, la falta de pasión de los profesores y la indiferencia de la mayoría por los libros y la lectura, sino también una nueva realidad del libro propuesta por la ciencia y la tecnología. Probablemente ella comparta libros impresos con electrónicos, lea de manera simultánea y no lineal, combine íconos con signos lingüísticos, adquiera información a una velocidad asombrosa y envejezca con la lectura a la misma velocidad con que cambia el conocimiento. Sea cual fuere la realidad que viva Luciana y su generación, estoy seguro de algo: que si sembró amor por los libros cosechará amor por ellos. (Tomado de la edición N° 3 de "El ojo Interior") 
http://issuu.com/francocastaneda0/docs/el_ojo_interior_3ra_edici__n


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