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Los memes literarios

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¿Qué se necesita para afirmar una vocación literaria? ¿Una vida rica en experiencias intelectuales? ¿Libros, viajes, contactos? A veces, solo el cariño.
En la década de los 60 del siglo XX — cuando Chulucanas era poco menos que una aldea donde los vecinos despertaban con el canto de los gallos— el mundo se rendía ante los Beatles y los jóvenes engominados creían que el único camino para llegar a la felicidad era la revolución.
Un muchacho aspirante a futbolista apodado “El Galgo”, con estudios truncos y huérfano de padre, consiguió por esos años un modesto empleo de conserje en las oficinas del Banco Popular. En sus ratos libres, el joven vendía enciclopedias para incrementar sus ingresos.
El insolente jovencito sesentero creía que juntando ese doble ingreso podía convertirse en un partido atractivo para la joven morena a la que cortejaba desde hacía unos meses con hábitos de galán de película mexicana. La silvestre veinteañera era hija de una viuda que vendía comida en el mercado y la cuidaba como su joya más preciada.
La estrategia del galán rindió sus frutos más por perseverancia que por pasión, aunque es justo decir ahora que medió amor a primera vista. Al cabo de unos meses, ambos acabaron convertidos en marido y mujer. A  la madre de ella no le quedó más remedio que resignarse y confiar a ciegas en ese futbolista de circunstancia que se había fijado en la niña de sus ojos.
El galán y su bella esposa vivieron su historia haciendo de dos soledades una compañía, hasta que llegaron los hijos, uno tras otro, hasta sumar seis. Vista a la distancia, esta decisión de traer al mundo tantos críos puede parecer hoy anacrónica, sin embargo nadie en aquellos años pensaba que tener hijos era un acto irresponsable o una falta grave contra el control de la natalidad.
Con los años, el galán fue ascendido en el trabajo, dejó de vender enciclopedias y se convirtió en un respetable e ideologizado empleado bancario. Su mujer, en cambio, fue perdiendo poco a poco su esbelta y menuda figura, para mudarse a la condición de madre a tiempo completo.
¿Qué clase de educación le dio esa pareja a esos tres niños y tres niñas para convertirlos en ciudadanos respetables? En principio, la que solía dar todo familia clasemediera a sus hijos en los años 60 y 70. El Perú de este tiempo había sufrido un remezón social, pues el general Velasco acababa de liquidar a un estado semifeudal para insertar otro en una modernidad tardía.
De la madre, los niños recibieron lo que podría llamarse la educación sentimental, la marca afectiva, los memes del cariño. En realidad, ella era una señora menuda aunque valiente, chapada a la antigua pero comprensiva, y un ser humano más a favor de las causas justas que del orden rígido. En sus manos, el ex futbolista depositó la organización del hogar, que ella manejó con pasmosa discreción y abierta responsabilidad de género.
El padre, sociable y querendón, empleado típico, amante del trago y la música, socialista afectivo y buen vecino, pródigo con los humildes e ingenuo con los charlatanes de la bohemia, no había ido a la universidad ni menos pretendido un título académico. Su máximo orgullo en las lides de la juventud era una medalla de bronce y una libreta de licenciado del ejército que hablaba bien de su vocación por el deber y la honradez. Sin embargo, ese señor de austera formación intelectual, era un gran lector de periódicos, un habilidoso consultor de enciclopedias y un pintor frustrado capaz de convertir su tragedia en admiración. Si algún vínculo destaco de mi padre con la cultura es su inmenso amor por los libros, los cuales él leía mal, a medias o por retazos. En realidad, era un bibliómano.
Yo crecí, como mis hermanos, en medio del fuego cruzado de esa pareja (José Maguín y Nilda) de seres humanos comunes y, al mismo tiempo, extraordinarios. No necesité en todo caso de una vida rica en estímulos culturales ni de una gran comodidad material para llegar a la poesía, a la novela, al ensayo y al periodismo. Me bastó que ellas fueran excelentes seres humanos y que respetaran mi vocación, que no tiene nada de pragmática ni vuelve rico a quien lo practica. Fue suficiente con su cariño y su actitud de respeto ante la inteligencia y la belleza.
Lo demás lo hizo el medio, el imaginario popular, los amigos, mis hermanos y hermanas, las leyendas, las anécdotas de pueblo chico y los seres sabios como tía Alegría, quien unas veces fungía de enfermera, otra de madre sustituta y otra de consejera espiritual. Tal vez por esto nunca se casó y entregó su vida a aliviar los dolores ajenos. Ella, como mis padres, nunca supo cuánto alimentaba mi imaginación y cuánto bien le hacían a mi incipiente carrera de escritor. Lo he recordado hoy, que acabo de volver, atribulado por la pena y la melancolía, del lugar donde nací hace más de cuarenta años.

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