La poesía persiste gracias al corazón de los que la leen y la escriben, por esto existen los llamados talleres literarios y los libros que nos enseñan cómo se llega a sus entrañas.
El mundo actual parece estar en contra de la poesía y del sentido poético de las cosas. Comprendo a quienes dicen: “Con la poesía, nada”. Los comprendo, pues sé cómo se aburren al menor contacto con ella. Sin embargo, todavía hay gente que la lee, la escribe y tiene deseos de aprender de sus bondades.
En un artículo anterior, sostuve que las causas para el descrédito generalizado son varias: los poetas, por su propia condición de “marginados”, se han vuelto herméticos; los lectores han ido empobreciéndose o banalizándose; y la poesía, en general, no ha impulsado un cambio de paradigma, a diferencia de las artes plásticas o la música, que la acerque a la ciencia y la tecnología para potenciar sus recursos expresivos.
Los seres humanos que leen y escriben poesía son una minoría y marchan solos por el camino de la cultura. Se trata de un arte de culto, no tengo la menor duda. En sus filas abundan los soñadores, los idealistas, los utópicos y los ilusos. Osho sostuvo que uno de los estados supremos del ser es la creatividad y que dentro de la creatividad la poesía ocupa un lugar relevante. Según su visión, “un poeta está más cerca de Dios que un teólogo”.
Octavio Paz afirma que hay poesía sin poemas; por ejemplo, personas, paisajes y hechos que por su belleza nos mueven a un estado anímico superior. Y es poético —dice Paz— aquello que ha sido tocado por una “condensación del azar o es una cristalización de poderes y circunstancias ajenas a la voluntad creadora del poeta”. La vida en general, si nos atenemos a las afirmaciones del ensayista mejicano, sería poética. “Lo poético es la poesía en estado amorfo”, sostuvo el poeta mejicano. Proscrita de la vida cotidiana, la poesía se ha quedado en el único lugar donde siempre fue bien recibida: los poemas y, por añadidura, en el corazón de los que la escriben y la leen.
Gracias al corazón de los que la leen y la escriben existen los talleres de poesía y los libros que nos enseñan cómo se crea. A mí me gusta recomendar siempre, en este sentido, El ABC de la lectura de Ezra Pound y El arco y la lira de Octavio Paz. Ahora tengo que añadir un libro de reciente aparición: El análisis de la poesía de Enrique Verástegui, sobre todo los capítulo dos y tres: Poema y metáfora: una realidad autónoma y Poesía: música verbal y estructura. Se trata de tres conferencias donde desarrolla el análisis que la poesía podría realizar sobre el mundo.
El capítulo dos es en realidad un relato apretado sobre el origen de la poesía, los vínculos de esta con el esoterismo y la filosofía, el valor y el sentido de las metáforas, los principales aportes de los grandes poetas y corrientes literarias de Occidentes, así como consejos para lograr el ritmo y la estructura. Gracias a gente como Paz, Pound y Verástegui la poesía existe y seguirá existiendo, así sea como un arte de minorías.