La única revista universitaria que practica la investigación y el periodismo narrativo en Trujillo cumple más de una década de vida.
En junio del 2000 un grupo de alumnos y profesores de la UPN creó el mensuario díatreinta que, por su naturaleza inicial, se definía como un medio de información y opinión. Con el paso del tiempo, el mensuario, que se publicaba en formato tabloide, perdió en tamaño pero ganó en ambición: se convirtió en una revista de periodismo narrativo.
Eran los tiempos de las recién creadas Gatopardo y Etiqueta Negra, dos revistas que introdujeron un nuevo concepto de periodismo literario en Latinoamérica, las cuales sirvieron además como modelo para los fundadores de díatreinta. En Trujillo nunca antes se había rendido culto a la crónica, el reportaje y los perfiles como lo hizo este medio. En su mayoría —como hasta ahora— la prensa local prefería el periodismo de información y de declaraciones.
Desde entonces, cada 30 días, cada 720 horas, cada 4320 minutos —salvo dos intervalos en el 2005 y el 2010— los lectores trujillanos han tenido entre sus manos un medio que —pese a su origen universitario— ha sabido expresar el carácter social e investigador del periodismo. Decimos “pese a su carácter universitario”, porque la revista no solo sirve como órgano de práctica pre-profesional para los estudiantes de Comunicaciones de la UPN, sino que intenta, desde su perspectiva, mediar entre los ciudadanos y las autoridades en temas cruciales para la vida de Trujillo.
Su vínculo con Trujillo está presente en todos sus números, pero especialmente en dos: el Nº 1, en el que enfatizó la incapacidad de las autoridades locales para solucionar el problema del transporte; el emblemático Nº 4, dedicado a explorar el origen y características de la “trujillanidad”. En este, personajes como el pintor indigenista Pedro Azabache, el sacerdote Rufino Benitez y el periodista Antonio Fernández Arce revelaron a los lectores en qué consistía el arte y la
pasión de ser trujillano. Y el número de enero del 2003, del que se tiraron 5 mil ejemplares e hizo las veces de guía de la Primera Feria del Libro de Trujillo.
En las 73 ediciones de la revista se han escrito cientos de textos y publicado miles de fotografías. En este balance provisorio de sus diez años de creación (en realidad son once, sin embargo no contamos el año y pico en que dejó de circular) es justo recordar los nombres del primer equipo: Domingo Varas Loli (que codirigió la revista con el que escribe), los ex alumnos José Balarezo, Susan del Castillo (creadores de la cabecera) y Jorge Vergara (primer coordinador). A ellos se sumaron inmediatamente después Julio Flores y Alejandro Castillo (hoy docentes y periodistas).
En la historia de díatreinta se pueden identificar hasta tres momentos muy importantes, todos relacionados con su cambio de formato y visión: del 2001 hasta el 2002, cuando era un tabloide; del 2002 al 2004, cuando pasó a un formato más pequeño y abandonó el periodismo de información y opinión; y del 2006 hasta la actualidad en que se ha abocado a la práctica pura y dura del periodismo narrativo.
Debido a que se trata de una publicación universitaria, en la revista díatreinta los roles de redacción, edición y diseño son siempre precarios. De allí la larga lista de líderes de equipo que han desfilado por allí: Richard Licetti, Iván Rosales Quiroz, Zaira Velásquez, Rita Correa, Héctor Lozano (“Fasalá”), Rosío Vigo, Fernando Carbonell, Helmut Lemke, Jorge Rheineck, Hugo Vergara Lau, Tony Gómez, David Ramos, Alicia Balarezo, Jonathan Meléndez, Ruth Rodríguez, Andrea Fernández, Yago Martínez, Raquel Ávalos, Orietta Brusa, Alfieri Díaz, Aquiles Cabrera, Diego Torres, Richard Moreno (“peluca”), Luis Felipe Alvarado y otro de cuyos nombres, por el apuro y la frágil memoria, no soy capaz de recordar ahora mismo. Incluso en sus páginas alguna vez se publicaron colaboraciones de escritores y periodistas de la talla de Juan Villoro y Alonso Cueto.
Nunca, salvo una airada respuesta de un grupo católico conservador, la revista ha recibido quejas de sus lectores ni menos ataques de enemigos gratuitos y ocasionales. La libertad con que se escribe, se edita, se diseña y se publica es, quizás, la mejor explicación de por qué un medio universitario puede sobrevivir tanto tiempo y seguir teniendo lectores en un época en que estos huyen en estampida de la
prensa escrita.