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Un ajuste de cuentas sentimemtal

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Renato Cisneros ha escrito, con grandes recursos expresivos y una enorme fuerza conmovedora, una novela en la que realiza un balance sentimental sobre la relación que mantuvo con un padre mítico y autoritario.
Una de las vertientes más ricas de la narrativa contemporánea es la llamada autoficción, un género en el que el narrador, el personaje y el autor son una misma persona en una historia que se supone ficticia.
Dentro de la autoficción destacan las novelas que exploran la relación entre esa persona trina y su padre, relación que suele ser casi siempre tensa, dolorosa o castradora, con algunos matices según la experiencia de cada escritor.
No sé exactamente cuál es el punto de partida de este tipo de historias cuyo eje es el binomio padre-hijo, pero ahora mismo me vienen a la mente una serie de títulos: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, La muerte del padre de Karl Karl Ove Knausgård, El pez en el agua (que es más un libro de memorias que autoficción) de Mario Vargas Llosa, Patrimonio: una historia verdadera de Philip Roth, La invención de la soledad de Paul Auster, y otras dos de autores peruanos que no he leído y que, según las reseñas, abordan directa o indirectamente este tema: Pequeña novela con cenizas de José Carlos Yrigoyen y Nuevos juguetes de la Guerra Fría de Juan Manuel Robles.
La notable novela La distancia que nos separa de Renato Cisneros forma parte de esta tradición y destaca por el uso extraordinario de los recursos narrativos (combina muy bien la narración pura con cartas, notas de prensa, informes militares y letras de cancines), los recursos expresivos (está escrita con un lenguaje en el que los elementos lingüísticos no convencionales como las figuras literarias y las construcciones fonéticas y semánticas alcanzan picos muy altos gracias a la formación poética del autor) y, sobre todo, por la honestidad y valentía con la que ha sido escrita.
El narrador hurga primero en la genealogía familiar para comprender y reducir después la distancia que lo separa de  la doble figura paterna: la del progenitor que cuida celosamente su pasado, sus dolores amorosos y la expresividad de sus afectos y la del Gaucho Cisneros, el duro, el ministro que no tenía pelos en la lengua, el general que declaraba sin miedo la necesidad de exterminar a los terroristas y a los corruptos. En realidad, buscando la verdad sobre el padre lo que ha conseguido Cisneros es descubrirse a sí mismo (“Cuando mi padre murió, desperté, me sentí grande, mayor”, p.352).

Los comentaristas han destacado la honestidad y el tono profundamente conmovedor de la historia: “una honestidad que llega hasta las últimas consecuencias” (José Carlos Yrigoyen), “una extensa carta de amor al padre, un reportaje político de investigación sentimental (Jeremías Gamboa). Tienenrazón,tras su lectura me queda una sensación muy parecida a la que tuve tras cerrar la última página de "El olvido que seremos" de Héctor Abad Faciolince: un nudo en la garganta. 

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