¿Dónde reside la pasión por el periodismo? ¿En su cercanía con la literatura, en la atracción por el abismo de la hora de cierre o en su profunda ligazón con la belleza del lenguaje?
En el verano de 1986 ―tenía entonces 23 años― publiqué por primera vez un artículo en este diario. Estudiaba la carrera de Derecho y lo único que me gustaba era escribir y leer. Veintiocho años después de esa primera publicación, sigo escribiendo con la pasión intactaun artículo semanal en este suplemento, aunque ahora tengo la visión disminuida y el tiempo tomado por el amor por mi hija, la docencia y el oficio de sobrevivir.
Llegué al periodismo por decisión propia. En mi adolescencia soñaba con ser narrador y periodista, acaso porque intuía que ambos oficios son consanguíneos en primer grado. Durante el tiempo que llevo enseñando y haciendo periodismo me he preguntado varias veces cuáles son las razones que me han llevado a militar en su fe, y la verdad es que pienso que todo tiene que ver con la idea de que el periodismo es un género de la literatura.
Antaño el periodismo era un oficio, una experiencia que se asumía y ya, ahora los periodistas tienen licenciaturas, maestrías y doctorados, pero la verdad es que esto es solo la cáscara de la profesión. El periodismo es, antes que nada, como dice el cronista Jorge Carrión, una mirada hacia el mundo, un modo de elaborarlo narrativamente, un método de trasmitirlo a quienes están deseosos de saber lo que sucede a su alrededor.
Entonces, ya tengo la primera razón: hago periodismo por su cercanía con la literatura, disciplina que le proporciona, de alguna manera, las herramientas básicas para elaborar la historia informativa de la realidad. Pero la relación periodismo-literatura se refiere únicamente a uno de los espacios del periodismo: la redacción. Las posibilidades del periodismo contemporáneo abarcan también la transmedia, la infografía, el periodismo de viñetas o los videojuegos, espacios que en todo caso que están lejos de mis intereses.
La segunda razón es emotiva. Le doy la razón a Juan ViIloro: el periodismo es literatura bajo presión. Me seduce escribir con la espada de Damocles de la hora de cierre, contra el reloj y ante la inminencia del deadline. Escribir cada semana por encargo puede parecer una fría imposición, sin embargo se trata también de una agradable manera de perseguir un imposible.
La tercera razón es que el periodismo tiene una profunda ligazón con el lenguaje, con la belleza del lenguaje mejor dicho Y esto es seguramente una de las cosas más hermosas de este oficio o profesión. La manía de escribir cada semana se explica en buena cuenta con la necesidad de alcanzar la belleza de las palabras y las ideas. Lo estético en el periodismo se refiere al uso correcto de la lengua, aspiración tan vieja como el oficio mismo de informar. Este uso consiste en dos cosas: conocer y aplicar las normas gramaticales del español y practicar un estilo bello, claro, conciso, preciso, breve y fluido que, además, sea fácilmente entendible por el lector.
Existe una larga y noble tradición de periodistas que honran la belleza del lenguaje y el oficio que, dice Jorge Carrión, «se construye como una sucesión de artesanos que aprenden de otros artesanos, de maestros y discípulos, de maestros clásicos y de nuevos faros contemporáneos». Y mis faros son Truman Capote, Gay Talese, Gabriel García Márquez, Leila Guerriero, Juan Villoro y Norman Mailer, entre otros grandes autores. No digo que escriba como ellos, pero me da felicidad sentirme seguidor de esta historia de buscadores de lo inasible.
Las tres razones expuestas no son, desde luego, los únicos argumentos de que dispongo para justificar mi predilección por el periodismo. Hay otras más (la vocación por la observación, el gusto por la información y el dato, la pasión por el conocimiento), sin embargo creo que ninguna de estas se asemejan afectivamente a las primeras. El periodista es una pasión que se inocula muy temprano y de la cual nunca se escapa.