El querido Walter Curonisy acaba de morir en Marrakech, lejos de Huanchaco, lugar donde vivió con Elvira Roca Rey casi treinta años. Este es un homenaje apurado para alguien que vivió en el justo medio de la poesía.
El mutismo de Curonisy fue siempre voluntario. Su decisión de apartarse de todo vínculo con grupos, circuitos y sistemas literarios lo volvió en cierta forma un “ave rara” de la poesía peruana. El poeta que vivía en el otrora apacible balneario de Huanchaco con Elvira Roca Rey, se ha ido de este mundo dejándonos una poesía de hondas connotaciones místicas y filosóficas.
Hace cuatro años más o menos, Walter y Elvira se marcharon a Marruecos en busca de la paz espiritual que siempre habían buscado. Con su partida perdí a unos excelentes interlocutores literarios y, sobre todo, a unos amigos entrañables con los que podía discrepar, aunque nunca enemistarme. Yo los aprendí a querer de la misma manera con la que se quiere a la poesía: con fe ciega y constante.
En vida, la poesía de Curonisy fue muy reconocida en ámbitos académicos y literarios, sin embargo solo se le conocían tres breves libros: El matrimonio sagrado , Poema a Allen Gisberg y Los locos por el cielo . Por lo demás, había ganado fama de haber sido amigo de Ginsberg cuando este visitó el Perú, así como la de ser —junto a Elvira— un incorregible trotamundos.
Perteneciente a la generación del 60, Curonisy escribió una obra sostenida y abundante. Una muestra de ella podemos leer en Rehenes del tiempo (Ediciones ANREC, Huanchaco, 2007), un volumen que reúne once de los poemarios escritos por el autor a lo largo de cuarenta años. Su publicación fue un verdadero acontecimiento literario, pues devolvió a Curonisy al ruedo literario.
José Carlos Irigoyen calificó el trabajo de Walter Curonisy como “uno de los mayores de nuestra lírica” (“El Dominical”, El Comercio, 30 de diciembre de 2007). Ricardo González Vigil fue más allá y sostuvo que se trataba del “proyecto poético más totalizante erigido por poeta alguno de nuestra Generación del 60” (El Comercio, 13 de diciembre del 2007, c11). Lo cierto es que en ambos juicios está implícito el reconocimiento a una obra creadora original, persistente y ambiciosa. El poeta chileno Héctor Hernández Montesinos afirma que Rehenes del tiempo recoge la poesía de toda una vida y en ella concurren “una multiplicidad de registro, de voces, de máscaras que dialogan, susurran, gritan y enmudecen al mismo tiempo”.
Rehenes del tiempo es en realidad el fruto de un viejo diálogo entre la poesía y las tradiciones culturales de Oriente y Occidente. También el epígono de un choque brutal entre la moral cristiana y la búsqueda del ser interior. Cátulo, Don Quijote, Buson, Nietzche, Pessoa, el capitán Ahab y Ginsberg intercambian alegatos con el yo poético de su autor a favor y en contra de la condición humana. Con un lenguaje reflexivo, contencioso, por momentos áspero pero siempre penetrante, Curonisy poetiza el cautiverio del poeta y la poesía a manos del tiempo y su poder destructivo. En medio de esta tensión, el poeta emerge, algunas veces, desde lo simple y lo cotidiano y, otras, desde el drama, el misticismo y la filosofía para levantar un mapa sentimental que oscila entre la blasfemia, el nihilismo y el hallazgo que reconcilia a la poesía con lo trascendente.
Hoy que Walter Curonisy ha dejado la vida terrena, he vuelto a su poesía y tomado conciencia de su belleza, así como del valor de la amistad que él supo prodigar a los pocos amigos que solíamos visitarlo en el hostal Caballito de Totora. Fue a él a quién oí hablar con pasión y energía de Friedrich Nietzsche y Fernando Pessoa. Eran un gran lector de poesía, como pocos. Leía y paladeaba los versos con la sabiduría de un místico y el énfasis de un actor. Supongo que cuando se marchó a Marruecos cargó con los libros de los poetas que más amaba, incluido los de César Vallejo, el poeta cuya poesía solía defender con uñas y dientes.
Walter ha sido enterrado en Marrakech en medio de rosas rojas y blancas, como un homenaje a los colores de su querido Perú, como me dice Elvira. Ambos tenían en mente vivir a caballo entre Portugal y Perú a partir de este año, sin embargo la vida no les dio esta posibilidad. Elvira y Titania, la gatita que vivía con ellos en Marruecos, se han quedado solas, buscando la imagen del poeta por todos los rincones de la casa. Qué difícil va a ser ahora la vida si un poeta como Walter Curonisy: «Una vida invisible/ se adhiere a mi cuerpo/es una nueva piel/ para entrar a la oscuridad/ las personas de la noche son otras/comparten la común/conciencia del abismo/ al que se vuelve todas/ las noches por primera vez». Descansa en paz, querido amigo.