Shakespeare, cien años después
Hace cien años, Fernando Pessoa debutaba en la vida literaria de su país con un artículo periodístico donde anunciaba el advenimiento del “súper-Camóes”; es decir, él mismo.
Con el mencionado artículo, Pessoa saltaba de la vida oculta a la pública con cierto desenfado. Tenía entonces 24 años y muchos le reprocharon que debutara tan tarde, puesto que a esa edad Arthur Rimbaud y Lord Byron ya habían escrito lo mejor de su obra creadora. Los autores de los reproches eran los miembros de su generación, quienes lo consideraban sin ninguna duda un genio poético.
Pessoa, quien escribía desde los ocho o nuevos años, había escrito clandestinamente una obra excepcional atribuida a diversos personajes o heterónimos, seres salidos de su imaginación desbordante, casi esquizofrénica, los cuales no solo tenían vida propia sino también obra independiente.
Este polígrafo escribía sin pausas y sobre cualquier superficie que hiciera las veces de papel. Lo hacía porque desde la niñez había adquirido la extraña conciencia de que su vida iba a resultar demasiado corta para todo lo que tenía que decir. Pergeñaba versos, cuentos, novelas policiales, ensayos, horóscopos, artículos, obras de teatro, guías turísticas y hasta artículos sobre contabilidad en cafés, bares, parques y, sobre todo, de pie, sobre una cómoda, a altas horas de la noche y a veces con unas copas de más.
La escritura fue para él un acto excluyente y exclusivo, una religión pagana que él seguía con pasión de fanático. Si para esto se requería sacrificar una vida familiar, convenciones sociales y comodidad económica, pues había simplemente que hacerlo. Y Pessoa lo hizo con absoluta convicción. Una vez le dijo a la única mujer que amó: «He llegado a una edad en que se está en plena posesión de facultades, en la que la inteligencia ha alcanzado su apogeo de fuerza y agilidad. Por ello, ha llegado el momento de poner en punto mi obra literaria, completando algunas cosas, reagrupando otras y escribiendo las que todavía no han sido escitas. Para realizar esta obra, necesito calma y cierto aislamiento […] Toda mi vida futura depende de que pueda hacerlo, y hacerlo enseguida […] Si me caso, será contigo, Queda por averiguar si el matrimonio, el hogar (se dé este nombre u otro), son cosas que me convienen, a mí, que consagro mi vida al pensamiento…». Fernando Pessoa estaba convencido que había venido a este mundo para servir a una causa suprema: la escritura. Y por esta razón, no dudó nunca en vivir como un anacoreta, privarse de los placeres mundanos y mirar de lejos el amor.
El artículo de Pessoa se llamaba «La nueva poesía portuguesa considerada desde el punto de vista sociológico» y se publicó en la revista A Águia. Gracias a este texto, de la noche a la mañana su nombre se hizo muy conocido en el microcosmos literario de Portugal. Su propósito era comunicar con brillantez una tesis que los lectores tomaron con estupor: que las grandes literaturas, como la inglesa y la francesa, nacen cuando las sociedades entran en una fase ascendente. Así surgen figuras como Shakespeare y Víctor Hugo. Su idea era que Portugal se encontraba precisamente en esta fase y aguardaba la llegada del poeta que desplazaría a un segundo plano a Luis de Camóes, hasta entonces la más grande figura literaria de Portugal. «Se prepara en Portugal un extraordinario renacimiento, una resurrección prodigiosa», escribió.
En realidad, lo que anunciaba el autor de los heterónimos era a él mismo: el extraño extranjero que revolucionaría la literatura mundial con su propuesta de despersonalización extrema, con lo cual en cierta forma haría añicos la idea de una obra literaria como un todo y el autor como el creador de un universo cerrado. El texto en cierta forma era extravagante y estaba escrito con un estilo hasta cierto punto denso, sin embargo era auto-profético. ¿No fue acaso Pessoa un fenómeno literario tan grande o superior a Camóes? Meses después lo corrigió y anunció que lo de “súper-Camóes” era insuficiente. Lo que le esperaba a Portugal era el nacimiento de un nuevo Shakespeare. A estas alturas de la historia, cabe preguntarse una vez más en qué se parecen la grandeza de Pessoa y la del autor de Hamlet.
Tras este debut periodístico —cuyo verdadero valor no reside en haberse anunciado sutilmente como el gran poeta lusitano, sino en haber señalado las bases de una poética que en los años siguientes seguiría al pie de la letra como un iluminado—, Pessoa será muy conocido en círculos íntimos, sin embargo escribirá toda su obra en el anonimato. Los 25 mil folios que escribió fueron guardados en un baúl que llevaba a todas partes. Un centenar de años después, de allí siguen saliendo libros inclasificables y caóticos, aunque geniales. Tenía razón, vaya si tenía razón: sus 47 años fueron insuficientes para escribir todo lo que tenía que escribir.