Un libro de cuentos, Hombres sin mujeres, reactualiza la maestría de Haruki Murakami, un autor de prestigio y de grandes ventas que aguarda hace años el esquivo premio Nobel de Literatura.
Como todo gran escritor, Haruki Murakami convoca adhesiones y rechazos, aunque creo que más lo primero. De él se ha dicho que es uno de los pocos escritores que ha logrado, al mismo tiempo, ser un escritor de prestigio y un éxito de ventas. Y también que se trata de un narrador frívolo, de una clara vocación comercial que calza bien con el gusto de un público poco exigente.
Diga lo que se diga, lo cierto es que las historias de Haruki Murakami hace rato que están instaladas no solo en el partidor anual del premio Nobel, sino también en el imaginario de los lectores más entusiastas y exigentes. Y esto ocurre, en principio, gracias al cuidadoso entramado de sus narraciones y a su facilidad para convertir temas corrientes en profundos, lo que no es poca cosa.
La reciente publicación deHombres sin mujeres, una colección de siete relatos sobre la soledad que provoca la adquisición o pérdida del amor, parece haber convocado un torrente mayor de adhesión hacia su narrativa. Los elogiosos comentarios de Rodrigo Fresán, Rafael Norbona y otros autores, así como una lectura placentera de este conjunto de cuentos nos obliga a inferir que, efectivamente, este autor japonés está todavía muy lejos del declive y “convence a todo el mundo” (Iván Thays). En realidad, el libro lo muestra en todo su esplendor.
Las narraciones de calidad para que sean consideradas como tal deben cumplir con dos requisitos básicos: entretener y darle sentido a la existencia, exigencias que los cuentos de Murakami logran con creces. Si a esto añadimos la fluidez del relato, la sequedad intencional, la austeridad de los recursos narrativos, la capacidad para conectarse con el lector a través de la música y la naturalidad para presentar las perturbaciones sexuales y sicológicas, la fórmula es casi perfecta.
Rafael Norbona afirma que «su prosa es tan filosófica y lírica que se sitúa a medio camino entre Kafka y Kawabata (…)». Del primero ha aprendido la exploración del absurdo de la existencia sin llegar a la fatalidad o la angustia existencial, y del segundo la perspicacia de la narración, tanto que a primera vista pareciera que Murakami sacrificara deliberadamente a la belleza en favor de la precisión y la claridad.
Los personajes de Hombres sin mujeres han perdido a los seres que aman y están imposibilitados para evitar los recuerdos hirientes y establecer una comunicación eficaz con los seres que los rodean. El último cuento, cuyo título da nombre al libro, es una especie de narración-ensayo sobre el desamparo anterior y posterior a la ruptura amorosa y una reflexión sobre las heridas recónditas que la ausencia de las mujeres deja sobre el alma de los hombres que las han amado. Es el cuento que contiene la clave, la base filosófica del libro.
De los siete cuentos, dos de ellos me parece que muestran mejor las probidades del novelista: Sherezade y Samsa enamorado. En el primero, una mujer casada ─apodada Sherezade por su amante debido a sus grandes dotes de narradora oral─ y un hombre maduro ─recluido en un departamento por razones ideológicas─ mantienen encuentros esporádicos donde el sexo es una pulsión, una aproximación física desprovista de la más mínima pasión. Lo más importante es la comunión que logran gracias a las conversaciones post-coito que mantienen y a la evocación del pasado que hace ella, gracias a lo cual la pareja consigue finalmente un éxtasis pasajero. La forma en que avanza la historia es realmente magistral.
Samsa enamorado está lleno de referencias a Frank Kafka y a su novela Lametamorfosis. El insecto ha regresado a su condición de Gregor Samsa en un momento en que Praga es invadida por un ejército extranjero. Este personaje, cuyo físico es idéntico al de Kafka, está desconcertado porque la realidad a la que vuelve ya no es la misma y no entiende muchas de las cosas elementales que ha vivido antes. Samsa se enamora de una muchacha jorobada. Una lectura atenta nos advierte que la relación entre el ex insecto y la joven funciona como un espejo que refleja la deformidad moral de los seres humanos. En ambos cuentos, enamorarse es siempre una maldición que termina con la partida de la mujer y, por lo mismo, con la llegada irremediable de la soledad.