Un novelista perturbador nos descubre a través de la autoficción el choque entre la urgencia de crear y la banalidad del mundo corriente en el que vive.
Karl Karl Ove Knausgård es no solo el escritor noruego más importante del momento, sino un escritor que “ha roto la barrera de sonido de la novela autobiográfica” (Jeffrey Eugenides); es decir, un practicante de una corriente literaria llama autoficción, que se refiere a la relación ambigua entre autobiografía y ficción. Si de algo se ocupa de manera exclusiva y excluyente Knausgård es precisamente de eso: narrar con pasión pasajes de su vida familiar y literaria.
La muerte del padre es la primera novela de su saga llamada Mi lucha, la cual comprende seis títulos de ambiciones demenciales. Narra la trágica muerte del progenitor de Knausgård, quien se autodestruyó ingiriendo grandes cantidades de alcohol en compañía de su madre. En su descenso, padre y madre se abandonan a la mugre, la soledad y la ruptura con el mundo social.
El narrador, Knausgård, usa la escritura como una catarsis. La usa para hurgar en la relación tensa y extraña que mantuvo con un padre desangelado y autoritario, para buscar su identidad como escritor en medio de una vida familiar que lo ahoga de a pocos y lo frustra como padre, y para reconstruir los últimos meses de agonía de un padre entregado enteramente al consumo de alcohol. En realidad, es siempre el narrador el que se busca y autoflagela.
El comienzo de la novela del sueco es envolvente: «La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede. Luego se para. Antes o después, algún día ese movimiento martilleante se para por sí mismo y la sangre empieza a correr hacia el punto más bajo del cuerpo, donde se concentra en una pequeña hoya, visible desde fuera como una zona oscura y blanda en la piel cada vez más blanca, a la vez que la temperatura baja, los miembros se endurecen y el intestino se vacía».
El título Un hombre enamorado, la segunda novela de Knausgård, es engañoso porque no se refiere solo a la vida amorosa del narrador ―autor al mismo tiempo― con Linda, una bella poetisa que padece crisis psicológicas y con quien tiene tres hijos, sino también a las borrascosas relaciones amicales con otros escritores, así como a los placeres y tedios de la paternidad.
Este autor noruego es como un Midas: todo le sirve como materia narrativa. La trascendencia está en el modo en que narra su vida cotidiana: su rol como vecino en un apartamento de clase media, las peleas con su mujer, las ironías de sus amigos, su rencor con el pasado, las vacaciones frustradas, su adicción al cigarrillo, los paseos en cochecitos con sus hijos, la rigidez de los suecos, su poca habilidad para cambiar los pañales o dar de comer a sus hijos. Pero estas situaciones solo crean un clima de fondo; la piedra angular de la novela es la necesidad de escribir y la urgencia de crear.
Cuando Karl Karl Ove Knausgård narra en realidad lo que hace es gruñir, exteriorizar, lanzar al universo visible una fuerza que lo apremia, que lo obliga a manifestarse como un apasionado idealista, como un hombre enamorado de las fuerzas oscuras de la creación. Él toma una tesis de Lawrwrence Durrell y la convierte en el eje de su propia narrativa: escribir una novela es ponerse una meta y luego caminar dormido hacia ella.
«No solo tenemos acceso a nuestra propia vida, sino a casi todas las vidas que existen en nuestra civilización, no solo tenemos acceso a nuestros propios recuerdos, sino a todos los recuerdos de esta jodida cultura, porque yo soy tú y tú eres todo el mundo, venimos de lo mismo, vamos a lo mismo, y por el camino todos oímos lo mismo en la radio, vemos lo mismo en la televisión, leemos los mismos periódicos, y en nosotros está la misma fauna de rostros sonrientes de personas famosas. Aunque tú estés en un minúsculo cuarto. En un minúscula ciudad a miles de kilómetros de los centros del mundo, sin encontrarse con una sola persona, su infierno es tu infierno, su cielo tu cielo, sólo tienes que reventar ese globo que es el mundo y dejar que todo lo que hay en él se esparza por los lados», escribe este autor. Y eso es precisamente lo que hace con sus novelas: expulsar expriencias propias y ajenas con una sinceridad punzante, con urgencia estética, con el dolor siguiéndole a todas partes. La lección de Karl Karl Ove Knausgård es muy clara: la creación no tiene por qué correrle a la realidad, debe enfrentarla cara aunque se nos vaya el último aliento de vida en ello. Estupendo escritor. Estupendas novelas.