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Charlie Hebdo: humor contra intolerancia

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Lo verdaderamente opuesto a la intolerancia y el fanatismo religioso no es la libertad, sino el humor, forma letal que tenemos para burlarnos del poder, del abuso y de nosotros mismos.
A raíz de los atentados fundamentalistas islámicos contra  los caricaturistas del semanario Charlie Hebdo hemos vuelto a revivir la oposición de viejos conceptos: tolerancia-intolerancia, libertad-esclavitud y alegría-terror.
La oposición tolerancia-intolerancia se resume en la  postura, por un lado, de que las ideas, creencias o prácticas distintas de los demás deben ser respetadas; y, por otro, de que más bien merecen nuestro rechazo o desprecio. En este sentido, discriminar a un musulmán solo porque lo es resulta  tan condenable como matar a tiros a 12 personas porque no creen en Alá.
La “facultad natural ―dice el diccionario de la RAE― que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos” se llama libertad y es una de las bases ideológicas  de la civilización occidental nacida luego de la Revolución Francesa. Lo contrario es la esclavitud; es decir, la “sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación”. Un acto de libertad sería, por ejemplo, expresar una opinión respecto a determinada religión o ideología sin temor a sufrir represalias; y un acto de esclavitud, callar, aunque se piense distinto, por temor a ser ejecutado.
Charlie Hebdo es la expresión pura del humor (por ratos ríspido y grotesco), de la alegría de vivir, de la predisposición a no tomar en serio ni a los actos humanos “trascendentes” ni menos a los cotidianos. Liquidar con frialdad a un policía de tu misma filiación religiosa que te pide clemencia con la mano es implantar  terror; es decir, miedo muy intenso, tensión, ir contra el contento, contra el júbilo de la vida así sea esta rica o miserable.
“De Dios nadie se ríe, pero de los hombres y las mujeres podemos reírnos a mandíbula batiente. Eso explica que en las sociedades y en los estados teocráticos la risa y el humor son prácticamente inexistentes. En las sociedades aristocráticas predominaba (o era más conocida) la risa de los de arriba contra los de abajo. En las sociedades democráticas predomina la risa de los abajo tanto contra los de arriba como contra ellos mismos. En los albores del mundo moderno, la risa ayudó a la emergencia de la cultura popular, distinta las culturas teocráticas y aristocráticas. El humor y la ironía jugaron un papel importante en la transformación de las monarquías absolutas en monarquías constitucionales. Voltaire apelaba al poder disolvente de la risa y se burlaba no sólo de monarcas y aristócratas sino también de Rousseau y de sí mismo”, ha escrito el politólogo Sinesio López. No es casual por esto que los terroristas islámicos hayan elegido como blanco un semanario de humor y a París, la capital de  Francia, país símbolo de las libertades democráticas.
Quienes hayan leído la novela  El nombre de la rosa de Umberto Eco o visto la versión cinematográfica de esta podrán comprobar cuánta razón tiene López en su punto de vista. En la historia de Eco, unos monjes benedictinos fanáticos ocultan la existencia de un libro envenenado (supuestamente el segundo libro perdido de la Poética de Aristóteles) que habla del humor, la risa y la ironía. Lo ocultan por temor a los efectos liberadores que la risa podría producir sobre sus lectores ocasionales. Para evitarlo, propician una serie de asesinatos que luego se los atribuyen al demonio. En realidad, lo que quieren mantener es el statu quo de la Iglesia Católica, la esclavitud del pensamiento y negar la libertad propiciadora del humor que todo lo cuestiona y ridiculiza. Los benedictinos fanáticos van así no solo contra el humor, sino también contra la democratización de su fe.  En la época feudal,  cierto sector del catolicismo hizo, en pocas palabras, lo mismo que hacen ahora los estados teocráticos islámicos: borrar el humor y la risa por el peligro ideológico que representan.

Entonces, no es que los caricaturistas de Charlie Hebdo se lo hayan buscado con sus dibujos irreverentes y ofensivos, sino que el buen humor es lo verdaderamente opuesto a la intolerancia; es decir, “a la falta de respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. (Diccionario de la RAE).

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