¿Es irreconciliable el crecimiento económico con el progreso social? Toda respuesta, según Alberto Vergara, pasa por el punto de encuentro entre la promesa republicana y la promesa neoliberal que conviven en la sociedad peruana.
Los peruanos vivimos asustados por la inseguridad y escandalizados por la corrupción general, sin embargo asumimos estas pestes como parte de un devenir natural, como si se tratara de procesos que no se pueden evitar pese a que resquebrajan la ética mínima de la convivencia.
Pero la inseguridad y la corrupción no son los únicos males de nuestra caja de pandora. Están también la desconfianza de los ciudadanos por las instituciones y las leyes, el descrédito del Congreso y las funciones públicas, el divorcio entre el Estado y los ciudadanos y el empobrecimiento de sistema educativo. Sin embargo, el Perú tiene una de las economías más prósperas de la región.
Nadie podrá negar que la vida política, social y económica de nuestro país ha dado un vuelco. Hace mucho tiempo que dejamos de ser el país feudal y atrasado que fuimos hasta los setenta. Quizás los rasgos más destacados de este cambio sean la reforma de la propiedad de la tierra, la adquisición de una ciudadanía cada vez más plena y la reducción relativa de la pobreza. No obstante, algo en la estructura sigue fallando y nos condena a vivir todavía con grandes conflictos sociales irresueltos.
En la cresta de la ola del crecimiento económico de la última década los fundamentalistas del liberalismo creyeron que el crecimiento económico por sí solo nos iba a sacar de la pobreza y que el Estado iba a reformarse por la fuerza de los acontecimientos. Ahora que empieza el desaceleramiento económico aflora uno de los problemas más graves que se había pasado por alto: el funcionamiento de las instituciones.
En su estupendo libro Ciudadanos sin República, el politólogo Alberto Vergara explica de manera clara y didáctica por qué esta incoherencia entre crecimiento económico y atraso social, eso que Alfredo Torres llama “crecimiento infeliz”. Vergara sostiene que en la construcción del desarrollo social peruano contemporáneo han competido históricamente cuatro proyectos: el republicano, el socialista, el corporatista y el neoliberal. Ha habido, es cierto, otro tipo de promesas, pero no han tenido mayor gravitación.
Las promesas socialista y corporatista (el Apra y el velasquismo, según Vegara) están “enterradas” o han sido arrasadas por la fuerza de los acontecimientos a fines del siglo XX. La que sobrevive, con tensiones y graves conflictos, es la vieja promesa republicana nacida en el momento en que los criollos lograron la independencia del yugo español y que consiste en un viejo anhelo de un “orden fundado en la igualdad de los ciudadanos” y en “la capacidad de participar en los asuntos públicos de la misma manera que cualquier otro ciudadano”.
La promesa republicana nunca se ha concretado y es más bien –sostiene Vergara― un fracaso sistemático. Este conviviría en relación de desencuentro con la promesa neoliberal, la cual sí ha logrado éxito a partir de los años 90 y consiste, esencialmente, en el desarrollo del mercado sin presencia del Estado y en la redistribución de la riqueza gracias a la competencia económica, con las consiguientes desigualdades que esto acarrea. Pero en este camino de mercados desregulados, crecimiento económico imparable, consumismo generalizado, emprendimiento e inversión privada nacional e internacional, se dejó de lado las instituciones democráticas o republicanas; es decir, el anhelo de un Estado fuerte donde funcionen correctamente los deberes y derechos. La restricción al mínimo de la actividad estatal que pedían los neoliberales redujo al mínimo la posibilidad de consolidar la democracia y la ciudadanía. Por esta razón vivimos ahora a merced de la inseguridad y la corrupción.