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El nuevo periodista

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La práctica del periodismo moderno supone el dominio de las nuevas tecnologías, aunque también el cultivo de los viejos principios: la ética profesional y la belleza del lenguaje.
Es verdad que la vida de un periodista ha cambiado mucho. Su nuevo rol profesional lo ha obligado a convivir con la tecnología, la cual en cierta forma deben dominar para ejercer mejor su oficio.
Conocer la tecnología supone no solo manejar herramientas vinculadas al ciberperiodismo, aplicaciones móviles  y redes sociales, sino también  a medios impresos. En todos los casos, ese periodista debe decidir qué formato es el idóneo para divulgar la información que maneja.
Pero los nuevos tiempos exigen a los periodistas, por un lado, conocer lo nuevo y, por otro, perfeccionar  lo de siempre.  Lo primero se refiere a que debe moverse como pez en el agua en el universo de las tecnologías de la información, así como en el manejo de nuevos conceptos y teorías sobre el periodismo. Lo segundo a que los contenidos éticos y estéticos de hace cien años deben ser enfatizados, pues no han cambiado en lo más mínimo, sino que se han vuelto imprescindibles.
Una de las transformaciones que ha sufrido la teoría del periodismo tiene que ver con los géneros que se utilizan para las versiones digitales e impresas. En el terreno de lo digital, los dispositivos móviles y las redes sociales, la subjetividad del periodista debe quedar reducida al mínimo, mientras que en el territorio de los impresos cobra cada vez mayor importancia.
Esta diferencia tiene que ver también con el tiempo empleado para escribir y leer mensajes periodísticos. En el ciberperiodismo, se calcula que la lectura de un texto demanda entre 3 y 5 minutos, en tanto para el medio impreso entre 17 y 21 minutos, lo cual supone que la extensión de las frases, para el caso de los medios electrónicos, debe ser mínima. El Libro de estilo del diario El País, por ejemplo, recomienda  (para sus dos versiones) que una frase no debe exceder las 20 palabras, una entradilla las 60, un párrafo las 100  y una nota informativa las 900.
Podemos inferir entonces que el periodismo impreso va mejor con los textos más extensos, interpretativos y analíticos, en tanto emplea un tiempo más “largo”. Quizás por esto, quienes practican el periodismo narrativo sostienen que el escenario tecnológico lejos de envejecerlo lo ha revitalizado. Los que escriben y leen crónicas, perfiles y reportajes interpretativos saben muy bien qué tiempo y paciencia necesitan. La idea es que el interés del lector no se pierda hasta el final; cosa que, por lo demás, importan muy poco en el formato digital.
En cuanto a los contenidos éticos, estos, pese a su vejez, resultan más actuales que nunca. El periodismo debe recobrar su función de piedra en el zapato de los poderosos y corruptos, para lo cual debe tener bien claro cuáles son los límites del delito y qué rol deben desempeñar en la construcción y el desarrollo de la democracia.
Lo estético en el periodismo se refiere al uso correcto de la lengua, aspiración tan vieja como el oficio mismo de informar. Este uso consiste en dos cosas: conocer y aplicar las normas gramaticales del español y practicar un estilo bello, claro, conciso, preciso, breve y fluido que, además, sea fácilmente entendible por el lector.
«Los periodistas han de escribir con el estilo de los periodistas, no con el de los políticos, los economistas y los abogados. Los periodistas tienen la obligación de comunicar y hacer accesible al público en general la información técnica o especializada. La presencia de palabras eruditas no explicadas refleja la incapacidad del redactar para comprender y trasmitir una realidad compleja. El uso de tecnicismos no muestra necesariamente vastos conocimientos, sino, en muchos casos, una notable ignorancia» (Normas de escritura, Libro de Estilo de El País, p. 39).

Allí está el quid del asunto: el nuevo periodista debe tener adaptabilidad para subirse al tren de los nuevos tiempos y entereza moral y estética para cultivar los viejos principios de su oficio.

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