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De oficio, escritor

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¿Por qué es tan difícil que la sociedad acepte a un escritor como un trabajador asalariado? ¿Qué condiciones debe cumplir este para que sea reconocido como tal?
José Miguel Oviedo cuenta que cada vez que la gente le pregunta cuál es su ocupación, él responde con toda naturalidad “escritor”. Pero la respuesta siempre deja un manto de duda. Ah, ya, pero en qué trabaja, insiste la gente en preguntarle.
Para el común denominador, no existe la profesión de escritor. Puede ser un pasatiempo, una distracción, una forma de matar la abulia, un hobby; nunca un oficio. De este modo, poetas y narradores son condenados a vivir una ciudadanía de segunda categoría. El escritor representa cualquier imagen, menos la de un trabajador asalariado.
En caso de que alguien dijera que se dedica solamente al oficio de “poeta”, el manto de duda sería todavía más grande. Si en general la condición de escritor no satisface las exigencias sociales, la del poeta supone no solo desconfianza sino extrañeza y hasta desprecio. “¡¿Poeta?¡!”, pregunta asombrada la gente.
Los futbolistas no tienen, por ejemplo, problemas en declarar su ocupación. La mayoría entiende que existen seres humanos que se ganan el pan metiendo goles en el arco contrario o evitándolos en el suyo. Incluso los ven con buenos ojos. Ser futbolista es una actividad que, cuando es exitosa, produce mucho dinero. Pero, ¿escritor?, ¿poeta? ¿En qué consiste este trabajo si se puede llamar así?
Dedicarse a tiempo parcial o completo a imaginar historias, pergeñar versos o esgrimir ideas explosivas es lo mismo que dedicarse a jugar ludo, ajedrez o pictionary. Es decir, una distracción más, un juego inocuo, algo que no demanda esfuerzo y, como consecuencia, no debe ser remunerado. Es decir, una actividad en la que el pan no se gana con el sudor de la frente. Así de obcecadas son a veces las creencias de los ciudadanos.
Pero los poetas y escritores también pagan impuestos, recibos de luz, agua y teléfono y, sobre todo, comen. Son muy pocos los que pueden vivir exclusivamente de la escritura y venta de sus libros. Los que lo hacen, han llegado a una situación de privilegio, caso Mario Vargas Llosa y otros más. Los más, carecen del éxito comercial que les permita dedicarse a tiempo completo a lo que a los ojos de los demás es todo menos un «trabajo».
¿A qué se debe esta visión tan devaluada del oficio de escritor? Supongo que una de las razones más poderosas es que para ser escritor no hay que estudiar en una universidad, lo cual le quita a esta actividad el carácter de  «respetable» o «útil». Otra sería el hecho de que está asociada a la vida bohemia y llena de excesos como las drogas y el alcohol. Y otra que un escritor no sirve para la vida práctica, para la competencia o para el mercado, el dios de nuestro tiempo. Hay, por supuesto, más razones, pero estas son las que explican mejor, creo, el tema.
Para que los escritores se vuelvan seres visibles o alcancen estatus social tienen que aparecer en los medios, demostrar que pueden con el éxito o  ganarse cuando menos el premio Nobel. De lo contrario, serán ignorados olímpicamente o mirados con cierta conmiseración. Esta situación es mucho más dramática en realidades donde nadie lee y los libros son como máximo objetos de curiosidad.
La actitud de la sociedad frente a la literatura es una repetición a escala mayor del prejuicio que tienen los grupos de poder frente al escritor. Algunos consideran a narradores y poetas como un escollo para el desarrollo humano debido al pensamiento crítico con que juzgan la realidad (ya hemos visto lo que piensa un  sector de la clase empresarial peruana respecto a Vallejo y Ribeyro), y a la literatura como una actividad del pensamiento que no tiene nada que ver con el progreso de la sociedad. 
Vivimos sin duda en medio de una profunda ignorancia, bombardeados por falsas premisas que califican a las artes y a las ciencias humanas como formas sutiles de malgastar el tiempo. Siguiendo esta lógica, podría ocurrir que lleguemos al punto en el que tengamos, por un lado, a una sociedad que prospera económicamente y, por otro, a una masa de ciudadanos ignorantes a los que se les hace muy, pero muy difícil, aceptar que ser poeta, narrador, periodista o dramaturgo es una manera honrada de ganarse la vida.

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