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El heroísmo cotidiano

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La prolífica imaginación de MVLL parece inagotable. Su más reciente novela, El héroe discreto, hurga en los meandros del heroísmo anónimo y el melodrama con la maestría de siempre.
Tener  77 años,  haber publicado 16 novelas y acercarse casi al medio centenar de libros escritos vuelve vulnerable a cualquier escritor o, en todo caso, lo expone a críticas furibundas. Y si, además, has escrito dos o tres novelas memorables cuando eras joven, los ataques   pueden ser letales.
Hay que entender la producción literaria de Mario Vargas Llosa desde la óptica de quien considera que la literatura es una forma de vida, una ración de oxígeno sin la cual es imposible vivir. Sus declaraciones a medios periodísticos sobre el oficio de escribir son muy elocuentes: «Si no escribiera no dudaría un instante en volarme la tapa de los sesos (…) escribir es una forma de combatir la infelicidad (…) Me rehúso a admitir la posibilidad de que mis mejores años quedaron atrás, y no lo admitiría incluso si me enfrentaran con la evidencia.» (Paris Review), «¿Tiene ánimo para seguir escribiendo o el Nobel es un punto final?, y él saltó como un alambre: “No me voy a dejar enterrar por este premiơ.”» (Leila Guerriero, El País), «Me gustaría morir escribiendo» (Conferencia de prensa durante la presentación de El héroe discreto).
Acabo de concluir El héroe discreto  y debo admitir que me ha pasado lo a que todos los lectores de MVLL: he albergado muchas expectativas sobre la novela. No me he sentido decepcionado, por supuesto, sino que he pasado por alto que no estoy ante un escritor bisoño, sino ante un narrador cuya búsqueda del absoluto literario ha sido remplazada por la destreza técnica, la seguridad en el uso de los recursos narrativos y la recuperación de un universo ficcional propio.
Sin ninguna posibilidad de engancharme con el tema, en las primeras veinte páginas estuve a punto de abandonarla, pero enseguida, tras un nuevo intento en mi cama, caí en su redes. Creo que, en el fondo, lo que cambió fue mi estado de ánimo, pues tenía a mi hija enferma y esta realidad era mucho más fuerte que las tribulaciones del personaje central. La novela desarrolla dos historias paralelas que luego se entrecruzan de manera paulatina. Una, cuenta la historia de don Felícito Yanaqué, un empresario pujante al que su hijo y amante intentan sacarle dinero fingiendo un secuestro. La otra, narra un episodio de la vida de Don Rigoberto, Lucrecia y Fonchito (personajes inolvidables de otras novelas) y de Ismael Carrera, dueño de una compañía de seguros, y sus hijos, un par de tarambas y botarates, que quieren la fortuna de su padre a toda costa. Para evitar esto, el padre decide casarse con su sirvienta: Armida.
El héroe discreto no es, como dicen los comentarios malintencionados, una novela menor, sino una novela que narra pequeños episodios de vida, sucesos insignificantes en lugar de las grandes hazañas sociales como en Conversación en la Catedral y La guerra del fin del mundo. En su última novela, las batallas individuales estás sostenidas por principios éticos también muy personales: la resistencia a quebrantarse ante el mal, por ejemplo. De esta estirpe es Felícito Yanaqué, un hombre simple y sin educación que tiene lo que los políticos y los famosos no poseen: integridad moral. Es, además, un ser ingenuo y buena gente que guía su vida por la promesa hecha a su padre: no ceder a los chantajes del delito.
La trama se desarrolla a la usanza de Vargas Llosa: voces narrativas que se alternan para contar un mismo hecho, saltos de espacio y tiempo que mueven las historias en el sentido que las mismas situaciones indican. Se trata de una estructura bipartita que avanza lentamente hasta juntar las dos historias: la del héroe cotidiano y la del melodrama de  Ismael Carrera y sus hijos. Vargas Llosa  conoce cada uno de los trucos del oficio y, por lo mismo, nos mantiene conectados al hilo narrativo.
Lo único extraño para mí es el uso de la muletilla «Che- gua» que emplean los personajes piuranos. Hasta donde sé, se trata de una forma lingüística desparecida. Los piuranos de este tiempo usan el «gua» a secas, por este motivo su utilización no resulta verosímil en tanto el novelista peruano siempre se ha definido como un escritor realista.

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