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Amor, belleza y ortografía

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Más que un conjunto de reglas que regulan la correcta escritura de una lengua, la ortografía es una forma elegante de comunicarse y una guía infalible para hacernos entender.
 Una tilde o una coma bien puestas no solo hablan de un buen gusto, sino también de una profunda vocación por cerrar la brecha entre lo que pensamos y lo que escribimos. En un cuento de Ángeles Mastreta llamado Ortografía, una mujer que está a punto de divorciarse encuentra un papelito escrito por la amante de su marido: «Corazón: has lo que lo que tu quieras, lo que mas quieras, has lo que tu decidas, has lo que mas te convenga, has lo que sientas mejor para todos».  Frente a la profunda ignorancia de quien confunde «haz» de hacer con «has» de haber, el pronombre «tú» con el adjetivo «tu» y el «más» de cantidad con el «mas» de conjunción adversativa, la protagonista siente, por un lado, repulsión y, por otro, felicidad.
Tras el hallazgo, la mujer que ha sido cambiada por otra y está punto de divorciarse concluye: «La ortografía es una forma sutil de la elegancia del alma, quien no la tiene puede vivir donde se le dé la gana». Esa conclusión la hace ver que ella está no solo en superioridad estética, sino en superioridad moral. Siente que la causa invocada para la separación es totalmente oportuna: incompatibilidad de caracteres. Entonces firma el acta de divorcio sin pensarlo dos veces.
En mi caso, muchas veces he caído seducido por las declaraciones originales de un escritor o las buenas intenciones de un estudiante, sin embargo cuando he enfrentado la realidad; es decir, cuando he leído lo que han escrito, todo se ha venido abajo de súbito. ¿Por qué? Porque tildaron fe cuando no debían o hicieron sobrar una coma o se olvidaron de que las mayúsculas llevan tilde. En esos casos, siento la incorrección idiomática como una falta grave contra la belleza del mundo y una contribución a que entendernos, entre quienes hablamos una misma lengua, sea una miseria.
José Ortega y Gasset, que además de pensador era escritor, decía que la claridad es la cortesía del filósofo. Y la claridad se puede lograr, entre otras cosas, con una correcta escritura. El periodista Miguel Ángel Bastenier va más allá y exige entre periodistas y escritores dirigirse a las infracciones atraídos como por la fuerza de un imán, con la visión de que una palabra sin tilde o una oración sin los signos de puntuación idóneos es un «atentado contra el orden natural de las cosas».
La ortografía da orden, organiza y clarifica el pensamiento. Pero lo más extraordinaria quizás sea que produce belleza o lo que equivale a decir según el diccionario de diccionarios: «Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas». Tampoco pedimos tanto, por supuesto. Nos contentamos con que lo que está bien escrito pueda ser tratado con cariño y con deleite.

¿Qué pasaría si usted lector se enamora de alguien que le escribe una nota como esta: «Corazón: has lo que lo que tu quieras, lo que mas quieras, has lo que tu decidas, has lo que mas te convenga, has lo que sientas mejor para todos»?  No sé llegaría a separarse de quien utiliza tan mal la lengua, pero en mi caso sentiría una profunda arcada en el estómago. Lo mismo siento ahora cada vez que leo los textos que aparecen en un cartel, en una valla en la carretera o en un spot en la televisión. ¿Tan mal escriben los publicistas o simplemente lo único que les importa a ellos son las ideas? Yo los diría que lo piensen dos veces. En caso así lo crean, van a terminar arruinando la belleza de sus brillantes ideas y, al mismo tiempo, hiriendo de muerte la lengua que usan para persuadir al público al que se dirigen.

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