Las dos caras del poeta
En El lado B de las sombras, su último libro, Juan José Soto Bacigalupo no solo indaga en la oscuridad y las corrientes subterráneas que componen el imaginario de los poetas, sino que construye desde la agonía de la escritura una manera de llenar el vacío, de remontar las cosas absurdas y misteriosas que rodean su vida.
En el ámbito de la música, el lado B se refería, en tiempos pasados, a una de las caras de un disco grabado. Generalmente, hacía mención a la canción principal. Con el tiempo, este concepto derivó en una metáfora para referirse a la parte de una cosa o a un concepto que tiene una importancia secundaria respecto a lo principal. Así, como sucede con el lado oscuro de la luna, los seres humanos y las cosas tienen su lado B, su lado ensombrecido, no principal, invisible.
¿A qué se refiere Juan José Soto Bacigalupo con el título El lado B de las sombras? Sin duda, al lado contrario u opuesto a las sombras; es decir, la luz, lo visible, lo que ilumina. Siguiendo un enfoque distópico, el autor ha preferido un título en el que contraviene el orden conceptual: es la luz que no se ve, aunque alumbra; la parte que permanece oculta, aunque se haga notar; la claridad que nos alumbra el camino de la vida, aunque nos conduzca a ninguna parte. Esta, sería una primera hipótesis.
Una segunda hipótesis sería que las sombras tienen todavía un lado más oscuro o irrelevante. ¿Por qué pongo énfasis en el juego de las dos caras? Por una razón elemental: esta es la idea eje del libro. Lo que el poeta propone es, como dice Carmen Ollé, revelarnos cómo fluye la corriente subterránea de la vida que los poetas encaran o simbolizan: «[…] notamos con sumo interés cómo la penumbra y la noche prevalecen; crean, incluso, un contrapunto a través de un magnífico oxímoron: penumbra-iracunda luz; y arde la noche versus la elípticas llamas del fuego invisible”, escribe en epílogo Carmen Ollé.
Se trata de un arte poética que bucea no en las aguas de las apariencias —las sombras digamos—, sino en las aguas profundas de la distopía poética; es decir, un mundo imaginario no deseable, futuro y aborrecible, causante de la alienación del hombre y del poeta.
Para construir esta distopía arcaica ( en la medida en que bucea en el origen de la luz y las sombras), Soto Bacigalupo se vale de un par de estrategias sabiamente aplicadas: por un lado, construye un diccionario privado con en el que reitera los significados como sombra, luz ausente, ceguera, vacío, ojos, exilio, silencio, oscuro, sótanos, acantilados y abismo, los cuales nos sugieren la caída de un ángel o la vida agónica de un poeta. Hay, desde luego, en esto una reminiscencia del absoluto poético que buscaron los románticos y los simbolistas. Los ‘maestros de la angustia’, afirma Carmen Ollé: «Coloco el ojo izquierdo en la cerradura/Giro/ Y vuelan despavoridas las sombras/ Se camuflan detrás del silencio/ Que duerme a sus anchas// Algunas/ Torpes, antediluvianas/ Chocan entre sí/ Y caen/ A los pies del cancerbero// Hurgo en mi espalda/ Saco y tenso palabras/ Las lanzo contra la penumbra/ Una tras otra/ Cargadas de nervio/ De iracunda luz:/ Blanco certero/ Arde la noche».
Por otro lado, tenemos un alternado y eficiente uso de la interlocución. Unas veces, el poeta habla em primera persona y nos hace sentir próximos al lado B; otras veces, el poeta se dirige a una segunda persona, pero en realidad está hablando consigo mismo. Esta alternancia de las voces narrativas les confiere a los poemas profundidad y dramatismo. Esto lo inferimos a partir de las construcciones metafóricas que contienen los poemas del libro.
Lógicamente, el poeta no conseguiría su objetivo sin el dominio de las técnicas y procedimientos que exige la escritura poética. Soto Bacigalupo no es un debutante en las lides literarias. Es dueño de una voz propia que le permite abordar temas complejos y singulares como la visión distópica del mundo, la ceguera o el absurdo de la existencia. Destaco aquí lo de la ceguera porque este es un libro escrito a partir de del sentido de la vista, no solo por la mención reiterativa de palabras como ojo, visión, ceguera y sus derivados, sino porque el sentido de los versos se centra en mirar, mirar las dos caras de la existencia, de la realidad, de la vida, que, a veces como una carga, no solo llevan los poetas sino los seres humanos en general.
El poema III resume, creo yo, no solo, lo que he dicho hasta ahora, sino que exhibe todas las virtudes de la escritura de su autor: ritmo ágil, conceptos que se corresponden con la música interior de las palabras, metáforas poderosas y belleza implícita. Leamos: «El poeta anda/ Se retuerce/Trastabilla/Se rehace: Él sostiene a la noche// Tambaleándose/ Camina en un pie/Mientras busca uno de sus ojos/ En los bolsillos/ Y rebusca el otro/ En la impiedad de las arenas//Amanece/ El poeta duerme/ Ronca/ Contraría el ritmo de las olas/ Y despierta/ En medio de un sueño/ Sin ojos/Sin pie/ Sin olas/ Iluminado tan solo por las sombras».