El arte narrativo de Enrique Carbajal
Un nuevo conjunto de cuentos, Viento pálido, de Enrique Carbajal pone en relieve a un notable narrador y a un habilidoso recreador del lenguaje coloquial. Sus historias están compuestas por conflictos que solo pueden resolverse a través de la violencia y, en algunos casos, la resignación.
El cuento es, sin duda, el género narrativo más exigente, dice Juan Bosch, por una razón: su brevedad obliga a quienes lo practican a ir directo al grano, no salirse del camino, no ramificarse. “[El] arte del cuento consiste en situarse frente a un hecho (tema) y dirigirse a él resueltamente», dice el escritor dominicano en su ensayo Apuntes sobre el arte de escribir cuentos.
Y esto es lo que precisamente hace Enrique Carbajal en su libro Viento pálido: situarse en un hecho central e ir resueltamente al grano, sin alambiques ni rodeos. Por esta razón, gran parte de sus relatos usan la técnica in medio res, una técnica literaria que consiste en comenzar desde conflicto y no desde el principio de la historia. Sus cuentos, por esta razón, se agotan en una extensión no mayor a las tres o cuatro páginas, y esto porque él ha entendido mejor que nadie otra lección de Bosch: un cuento no es extenso, sino intenso.
Para llegar resueltamente al control de la materia narrativa, un narrador debe, antes que nada, convertir una historia en un relato. Una historia está compuesta por todos los acontecimientos y sucesos, en cambio el relato es el resultado de la selección de esos acontecimientos y sucesos que realiza el narrador con la finalidad de quedarse con aquellos que sirven a su objetivo: contar una historia que enganche al lector. Un buen drama es como la vida, pero sin las partes aburridas", dijo Alfred Hitchcock. Y esto que vale para el cine vale también para la literatura y, especialmente, para los cuentos que componen Viento pálido.
En los relatos de Enrique Carabajal, como dijimos, el drama se desencadena desde las primeras líneas y su progresión se intensifica o se mantiene debido a dos recursos: la descripción del paisaje físico y psicológico y la utilización de diálogos cortos a la manera de juicios o aforismos sobre la situación que acontece (los personajes y los narradores de las historias juzgan o califican todo el tiempo la realidad que viven); ambos recursos acentúan el clima de conflicto y enfrentamiento. Por un lado, es como si el mundo que rodea a los personajes fuera una extensión del clima interior que los envuelve, o viceversa. Y, por otro lado, tenemos el lenguaje, que es una especie de espejo de la conciencia, igual que el silencio.
Tomemos dos ejemplos: los cuentos Dos personas viejasy Noche de espera. En el primero, dos padres cuidan de una hija tullida a la que deciden quitarle la vida para que no siga sufriendo; y en el segundo, un padre espera a escondidas la llegada del amante de su hija para matarlo, pues cree que él no la merece, sin embrago, debido a una confusión provocada por su odio, le quita la vida a uno de sus hijos.
En Dos personas viejas, más que las acciones de los personajes importan lo que estos dicen —o no dicen. Por ejemplo, la forma en que la mujer persuade al marido para que ahogue a su hija tullida. El lenguaje es elíptico y a veces silencioso y, no obstante, los personajes saben lo que deben hacer. Otras veces importa mucho lo que dicen y como lo dicen. El lenguaje está cargado de sus experiencias, sus sufrimientos y su visión de la vida, por momentos amarga y, en algunos casos, pesimista y macabra. No hay alegría ni en el lenguaje ni el paisaje que los rodea, salvo en un par de relatos que tienen como eje temático el amor.
En Noche de espera, las acciones están contrastadas con la descripción del paisaje que acentúa la tensión de la espera. En tanto el padre ansioso aguarda con un arma la llegada del amante de su hija, el tiempo y la noche son uno solo con los pensamientos del potencial homicida: “A medida que llegaban las horas y templaban con más bríos el afán de su espera, comenzaba a brincarle más y más apurado el corazón, que llegó el momento en que sus pensamientos cambiantes lo hicieron arrepentirse de esperarlo con la escopeta: pero, en cuanto regresó a su memoria, imperturbable, la imagen de su hijo muerto, volvió a templarse de un coraje más tensado, sin presagio. Y cuando los últimos ruidos se fueron callando tras la noche ya crecida, sintió que el corazón todavía le sonaba en precipitadas palpitaciones. […[ // De pronto, llegó el viento, en medianos soplidos, y se esforzó en hacer sonar las hojas de los eucaliptos del corral; estuvo así un largo rato, jugando con el aire de la noche, luego se fue, dejando otra vez a la noche quieta”.
Ricardo González Vigil ha destacado la “calidad pareja” de los relatos y su maestría narrativa. Lo suscribo. Sin embargo, debo advertir ciertos excesos y reiteraciones en el uso de la oralidad. El lenguaje de los personajes es un lenguaje inventado que percibimos como natural y espontáneo gracias a una habilidosa adaptación, pero, como dije, quizás sea necesario un poco menos de exuberancia verbal. Por lo demás, el excelente pulso narrativo de Enrique Carbajal lo tienen en verdad muy pocos cuentistas.