La historia demuestra que lo superficial y lo profundo en estado puro no es a veces lo más conveniente. Una dosis equilibrada de ambos factores es necesaria para enriquecer un mundo moralmente empobrecido.
Uno de los síntomas de la pérdida de la calidad humana consiste, según algunos filósofos, en que nuestros seres y actos se han vuelto cada vez más superficiales y, por lo mismo, la vida ha ido perdiendo profundidad e importancia. Esta idea no deja de tener razón, ¿pero esto es realmente así?
Según el diccionario de la RAE, superficial en sus diversas acepciones vendría a ser todo lo que se queda en la superficie, lo que no tiene solidez o sustancia, lo frívolo, lo aparente, lo que no tiene fundamento. En cambio, una de las acepciones de profundo se refiere a lo vasto, lo que penetra o ahonda mucho, lo que procura el entendimiento íntimo.
Superficial en los actos de la vida corriente sería, por ejemplo, asistir a un estadio de fútbol, y profundo a un concierto de música clásica. En la pintura, los entendidos llaman superficial a lo que se queda en la mera descripción o lo lúdico, y profundo a lo que toca las fibras del sentimiento. El escritor Milan Kundera cree que esta distinción es insuficiente y define de otra manera lo profundo: lo que atañe a lo esencial.
En realidad, Milan Kundera nos remite a lo ontológico, a lo sustancial, a lo principal y notable y no aquello que tiene que ver necesariamente con los afectos. Leamos unos versos de Wislawa Zsimborska para comprobarlo, el cual tiene sentimiento, pero sobre todo sustancia: «Cuando pronuncio la palabra Futuro,/ la primera sílaba pertenece ya al pasado./ Cuando pronuncio la palabra Silencio, / lo destruyo./ Cuando pronuncio la palabra Nada,/ creo algo que no cabe en ninguna no-existencia» (Las tres palabras más extrañas).
Aunque los conceptos superficial y profundo no son del todo precisos ― en algunos casos son incluso complementarios, como es el caso de determinados productos artísticos―, cualquier ser humano es capaz de reconocer cuándo una chica es superficial y frívola, o cuándo profunda y seria. El sentido común indica que es lo primero cuando piensa más en sus joyas que en cómo puede llegar a ser mejor ser humano; y que es lo segundo cuándo se interesa más por los derechos de la mujer antes que en conseguir marido a toda costa.
Lo cierto es que la realidad nos demuestra siempre que no existen ideas o cosas en estado puro. Una novela que pretenda ser eminentemente profunda, terminará siendo aburrida. Y una que procure solo el entretenimiento, acabará sepultada bajo el calificativo de vacía. En las grandes historias como El Quijote de la Mancha o Madame Bovary hay algo de superficial en el mundo de sus personajes, solo que en dosis necesarias. ¿No es acaso un acto de frivolidad tener que servir a una señora como Dulcinea del Toboso? ¿O que la heroína Emma Bovary siga sus instintos básicos para no morirse de aburrimiento en la casa burguesa donde vive? Profundos en estado puto tal vez solo sean los filósofos y los científicos, aunque se me ocurre que tanto Diógenes como Einstein necesitaban a veces ser frívolos para conseguir sus objetivos más profundos. Y, especialmente, para no sucumbir a la monotonía.
Pero si de verdades se trata y nos atenemos a los conceptos de superficialidad y profundidad que presenta el diccionario de la RAE, vivimos en un mundo donde campea lo superficial y se desdeña la profundidad. Todo aquello que nos remite al pensamiento, a la educación y al pulimiento de nuestros gustos y sensibilidades es visto con cierta sorna o sospecha. Los medios de comunicación han impuesto lo frívolo como modélico y lo superficial como norma. Es, digamos, políticamente incorrecto preferir la alta cultura o la cultura a secas. Háganlo y verán las reacciones: ¡Qué aburrido, por Dios!, dirá la mayoría.
Como dije, en dosis combinadas adecuadamente lo superficial y profundo, lo frívolo y trascendente, lo limitado y lo vasto producen resultados aceptables. En el caso de las estereotipadas sagas góticas que leen con desesperación los adolescentes, lo superficial es a todas luces lo más importante para la conexión con el lector; en cambio, en las novelas de la saga Millenium del sueco Stieg Larsson, una razonable mezcla de lo superficial con lo profundo la ha convertido en uno de los grandes productos literarios del siglo XXI.
Todo tenemos algo de frívolos y trascendentes. Lo difícil es lograr el equilibrio.