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Treinta y seis voces en medio del caos

Un puñado de narradores convocados por el crítico Ricardo González han escrito relatos basados en la pandemia y sus efectos sociales y psicológicos. El resultado es un libro poliédrico en el que cada autor cuenta, con su propio tono y estilo, los horrores de un mal que ha puesto entre la espada y la pared a la humanidad.

En una entrevista publicada en Paris Review, Susannah Hunnewell y Ricardo Augusto Setti le preguntaron a Mario Vargas Llosa si hallarse lejos del “vértigo de la realidad” ofrecía en cierta manera una ventaja para la reconstrucción de esa misma realidad. Ambos periodistas querían escudriñar a fondo cómo cocinaba sus historias un escritor realista como él.

El novelista peruano respondió lo siguiente: “La proximidad es inhibidora en el sentido de que no me permite trabajar con libertad. Es muy importante poder trabajar con libertad suficiente para permitirme transformar la realidad, cambiar a la gente,  hacerla actuar de un modo distinto o introducir un elemento personal en el relato, algo completamente arbitrario. […] Creo que tener ante ti la realidad que pretendes reflejar se convierte en un impedimento. Yo siempre necesito contar con cierta distancia, tanto en el espacio como en el tiempo. […] Hablando en general, la ausencia de aquello sobre lo que une escribe fertiliza la memoria”.

Para tomar esa distancia necesaria en el tiempo y en el espacio, Mario Vargas Llosa cree que el exilio, en su caso, ha jugado un rol fundamental, pues le ha proporcionado una perspectiva útil de la realidad y le ha permitido distinguir y jerarquizar entre lo esencial y lo efímero y lo importante y lo banal de sus experiencias.

Ricardo González Vigil tuvo el año pasado una idea: “convocar a un elenco magnífico de escritores relevantes en actividad” para que escribieran entre abril y setiembre, cuentos bajo un tema común: la pandemia. El puñado de narradores elegidos residía, en su mayoría, en Lima y el resto en provincias. Pertenecían, además, a diversas generaciones: desde la del 60 hasta los “novísima hornada de la segunda década del siglo XXI”. En otras palabras, les propuso crear mientras el fantasma del virus maldito les respiraba en la nuca. Tomar distancia para ellos era poco menos que improbable, salvo para los dos o tres que residían en el extranjero (Juan Morillo Ganoza, Fernando Iwasaki y Sylvia Miranda), los cuales , a su vez, vivían su propio confinamiento en las ciudades donde residen.

La realidad da, efectivamente, vértigo, pero también estimula, motiva y libera. El resultado de encargar a cada uno de los treinta y seis elegidos un cuento en un momento dramático para la humanidad es un libro prologado y anotado por Ricardo González Vigil: Cuentos peruanos de la pandemia, en el que hallamos historias —unas más logradas que otras— donde se pone de manifiesto, en principio, la intención de utilizar “el poder de la ficción literaria” para capturar y darle sentido a este difícil momento que vive la humanidad.

Cada autor propone una perspectiva, un estilo, una técnica, un tono y una variante para asediar a la pandemia. Está la narrativa urbano-realista y altamente depurada de Fernando Ampuero, Fernando Iwasaki y Diego Trelles Paz; la onírica de Jorge Díaz Herrera,  Cronwell Jara y Róger Rumrill; la de raigambre andina, con resonancias distópicas y mítico mágicas de Oscar Colchado Lucio y Julián Pérez; o la del drama social y la hondura psicológica de Irma del Águila y Carlos Rengifo; solo por nombrar a algunos.

Los treinta seis autores, dice el autor de la selección, hablan desde “miradores tan diversos de la costa, la sierra y la selva peruana, así como desde localidades extranjeras, elevan un coro espléndido de voces variadísimas en los temas, la óptica funcional […] la óptica ficcional […], el tono elegido […] y las técnicas y modalidades narrativas empleadas”.

En su prólogo, Ricardo González Vigil advierte que el relato de no ficción, la narración periodística y los ensayos científicos y tecnológicos (aderezados con mensajes breves y de alto tránsito en las redes sociales) son los que suelen interpretar racionalmente la realidad y presentar nuevos enfoques y soluciones a la distopía que vivimos. “Sin embargo, no pueden reemplazar a la imaginación creadora de los escritores, la cual se nutre de manera consciente y, sobre todo, inconscientemente la herencia cultural de la humanidad (con los arquetipos de lo que Jung denominó el inconsciente colectivo)”.

Le doy la razón: un cuento, efectivamente, no solo puede “penetrar el presente en todos sus ángulos y proyecciones”, sino que puede darle sentido al mal,  condensar la complejidad de la vida en unos cuantos símbolos y recuperar la poderosa fuerza de la ficción como una forma de conocimiento.

Cuentos peruanos de la pandemia es, por un lado, un acontecimiento literario sorprendente y, por otro, una muestra de los altos logros estéticos a los que pueden llegar los creadores en situaciones límite, in situ, en la boca del lobo, en medio del miedo y el caos que provoca la enfermedad.

 


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