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Ese gol existe

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Además de una clasificación a Rusia 2018, el triunfo ante Nueva Zelanda ha desatado una ola reivindicatoria denuestra autoestima en tanto el fútbol es el espejo donde mejor se refleja la sociedad peruana.
No hubiera querido estar nunca en el pellejo de los integrantes de la selección peruana de fútbol que ha clasificado a Rusia 2018: demasiada presión de los hinchas, demasiados titulares de los medios de comunicación y demasiado peso de una historia de treinta seis años sin conseguir un puesto para participar en un mundial de fútbol.
Esa presión se tradujo en una ansiedad creciente y, por momentos, en el mal juego de los futbolistas peruanos. La clasificación se pudo haber logrado ante Argentina y luego ante Colombia, pero la ansiedad fue creciendo y postergando el final, una y otra vez hasta que llegó el momento el último miércoles ante Nueva Zelanda, lo cual prueba que una victoria es, esencialmente, un asunto mental antes que nada.
Valdano dice que los jugadores sufren de miedo escénico en una cancha de fútbol. Le temen a los hinchas, al árbitro, al equipo contrario y, sobre todo, al fracaso. Se trata de un estado anímico que la mayoría de jugadores supera conforme pasan los minutos.
Sin embargo, los futbolistas peruanos parecían no haber podido superar ese miedo escénico en los últimos partidos. La presión, genera estrés, parálisis, síndrome de fracaso y un deseo inconsciente de arrojar la papa caliente que uno tiene entre las manos. En el caso de los peruanos, a esto había que agregar la caída del líder, del capitán, del guía: Paolo Guerrero,

Esto ocurre porque el fútbol es un espejo donde la sociedad peruana puede mirarse con complejos o sin ellos. El fútbol expresa nuestra manera de ser, en él se resumen nuestras aspiraciones, nuestras carencias y nuestras utopías. Hace tiempo que los sociólogos nos dicen esto. Primero Abelardo Sánchez León, que en un tono un tanto escéptico, sintetizó la situación del fútbol peruano como la “balada del gol perdido”. Después, un libro compilado por Aldo Panfichi en el que se condensa de otro modo la realidad futbolera: “ese gol existe”; es decir, la esperanza de meter los goles está allí, agazapada, esperando la hora de hacer saltar por los aires el sufrimiento de los hinchas. Y esto último es lo que acaba de ocurrir.
¿Qué somos desde el punto de vista del fútbol los peruanos? Por un lado, un país con la autoestima por los suelos, víctima de la mala suerte y sin una tradición de coraje, un país de desencuentros, dividido social, política y económicamente, un país que se enorgullece de su comida, pero que es incapaz de meter goles. Y por otro lado, a partir del boleto a Rusia 2018, un país que saca las uñas, que lucha, que no se estresa, que se encuentra consigo mismo, que saca lo mejor der sí, que se entrega hasta el final, que no se deja amilanar por la ansiedad del tiempo. El Perú que pugna por salir de la pobreza y que consigue o está consiguiendo con mucho esfuerzo transformarse económicamente, necesita coronar metas morales y anímicas.

Me agrada el fútbol-arte, el fútbol-pasión, la “estupidez inocua”, la “tonta” belleza de seguir con los ojos el largo y bello camino de una pelota hasta el arco contrario. Los goles de Farfán y Ramos han conducido, es cierto, a la selección peruana a un mundial de fútbol, aunque ante todo han conducido al Perú ante su propio espejo donde se debe mirar mejor.

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