Siempre se ha creído que la ficción es un simple goce estético, un mero placer de minorías. En el mejor de los casos, un producto literario es algo valioso que puede ser leído o codiciado por su belleza. Lo cierto es que un libro, por ejemplo, carece de un fin práctico.
En su libro Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficcion, Jorge Volpi se trae abajo este mito. «La ficción literaria debe ser considerada una adaptación evolutiva, que, armada por un juego cooperativo, nos permite evaluar muestra conducta en situaciones futuras, conservar la memoria individual y colectiva, comprender y ordenar los hechos a través de secuencias narrativas y, en últimas instancia, introducirnos en la vida de los otros, anticipar sus reacciones y descifrar su voluntad y sus deseos». Esto quiere decir que la ficción y el arte como herramientas evolutivas nos ayudan a sobrevivir.
Para Volpi, la ficción no es subproducto del neocórtex ni una casualidad de la vida. Nació con el hombre y desde entonces ha sido una herramienta fundamental para consolidarnos como especie. Y esto solo es posible gracias a dos adaptaciones complementarias: la imitación (debido a las neuronas espejo) y la cooperación (debido al lenguaje y la racionalidad). Con la primera, repetimos lo que hacen los otros; y con la segunda, realizamos acciones que garanticen nuestro bienestar.
Según Volpi, “los mecanismos cerebrales por medio de los cuales nos acercamos a la realidad son básicamente idénticos a los que empleamos a la hora de crear a o apreciar una ficción”. Esto quiere decir que todo el tiempo el ser humano manipula y reordena la realidad en el oscuro interior de su cerebro con lo que nos convertimos en artífices de la realidad. Es decir, reconocemos el mundo y al mismo tiempo lo inventamos. ¿Con qué propósito? Para reaccionar frente a las amenazas exteriores y para generar futuros más o menos confiables.
El cerebro humano es híbrido, mitad material y mitad inmaterial: una parte es mente formada por neuronas y moléculas asociadas; y por otra parte, es un conjunto de ideas o símbolos culturales, lo cual quiere decir de que la materia es capaz de pensar en la materia. Todo esto nos permite «experimentar en carne propia ―dice Volpi─ sin ningún límite, todas las variedades de la experiencia humana», identificarnos con lo que leemos, adquirir las perspectiva de los personajes inventados por un autor.
En conclusión, el cerebro reacciona frente a una ficción (un cuento, una novela, un poema) igual que frente a la realidad. “Por eso, dice Volpi, leer es tan fecundo y tan cansado ―como vivir”. Esto ocurre porque las ficciones no son simple recreaciones o representaciones, sino “simulacros de la realidad”. Al parecer, cuando entramos en contacto con la ficción a través de la lectura llegamos o vamos más lejos del simple placer de leer o de la identificación con los personajes. No es que únicamente la ficción literaria sea una condición evolutiva o un simulacro de la realidad, sino que, posiblemente, es la realidad («experimentar en carne propia»).