En un mundo como este, en el que el interés personal prima sobre el interés colectivo y ser uno más es preferible a ser uno mismo, la mayoría de seres humanos quiere que los reflectores de la fama y la celebridad les lleguen directamente: nadie aspira a ser nadie.
Celebridades y no celebridades desean ser seres visibles, aparecer en la pantalla de la vida para conquistar, cariño, fama o dinero. Ser alguien en el reparto es una gran seducción.
"Ser alguien" quiere decir ser un profesional exitoso, un hombre con dinero, un individuo “feliz”. En este contexto, los postulados de un escritor como Robert Walser deben saber a trago amargo. Su extrema repugnancia al poder y su temprana renuncia a toda experiencia de grandeza lo han convertido en una expresión del “fracaso” y un “enemigo” moral de nuestro tiempo.
Mientras algunos libros pregonan las maneras o procedimientos para ser líderes y tener éxito, otros como Robert Walter propusieron hace años que vivir de verdad consiste en ser un cero a la izquierda, desaparecer por completo del mundo social visible o pasar desapercibido a los ojos de un mundo que pide sujetos contentos y visibles.
“Si alguna vez una mano, una oportunidad, una ola, me levantase, y me llevase hacia lo alto, allí donde impera el poder y el prestigio, haría pedazos a las circunstancias que me hubieran llevado hasta allí y me arrojaría yo mismo hacia abajo, hacia las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar”, escribió Walser. Los seguidores de los textos de autoayuda, tan solicitados por quienes buscan con urgencia un norte en su vida, seguramente condenarán esta visión del autor de los microgramas.
La intención de Robert Walter era apartarse de la grandeza pública. No se trataba de una elección de libre modestia o humildad: se trataba simplemente de desaparecer, de alejarse por completo del imperativo de “ser alguien” en la vida a través de una escritura secreta y muchas veces diminuta (Walser escribió microgramas, textos con una letra diminuta y casi invisible). Ser olvidado por el mundo era para él una “bella desdicha”.
Autores como Walser proponen, en otras palabras, una renuncia al yo, a la grandeza y a la supuesta dignidad que implica el éxito. Y esto muy pocos de nuestros contemporáneos están dispuestos a aceptar. De lo contrario pregunten a los nuevos líderes del “cambio” y la “transformación”.
Otro maestro en la ruta de Walser, aunque desde un ángulo distinto, fue el poeta portugués Fernando Pessoa, quien nos enseñó que desapegarnos de nuestras máscaras cotidianas es también una forma de alcanzar el autoconocimiento. En este mundo de reflectores hay quienes han decidido la sombra, desaparecer o desapegarse de las ataduras que los mantienen unidos al mundo vulgar, a eso que comúnmente se llama éxito. Pero cultivar una vocación de renuncia y desapego no es cualquier cosa, requiere de una cierta preparación y conocimiento de uno mismo.
La búsqueda de sí mismo fue un tema central en la vida y la obra de Fernando Pessoa. Él fue un radical en lo que se refiere a la imposibilidad del conocimiento por vías ordinarias. Partía de la idea de que los seres humanos no eran seres unitarios sino plurales y practicó en su propio ser lo que llamó “drama en gente”, una especie de fenómeno de despersonalización que consistía en la creación de personalidades autónomas (heterónimos) creadas en la mente de un ser ortónimo (él mismo).
La otra idea central de su doctrina es el estado de fingimiento; es decir, “la simulación, engaño o apariencia con que se intenta hacer que algo parezca distinto de lo que es”.
Fernando Pessoa creyó siempre que somos seres enmascarados que desempeñamos diversos roles según la máscara que nos cubre el ser y que tenemos tantos antifaces como las vidas que vivimos. «Nadie me conoció bajo la máscara de la identidad ni supo nunca que era una máscara, porque nadie sabía que en este mundo hay enmascarados. Nadie supuso que junto a mí estuviera otro que, al fin, era yo. Siempre me juzgaron idéntico a mí», escribió Pessoa.
«Fingir es conocerse» es otro de sus pensamientos guía, pensamiento que luego desarrolló en unos versos con no menos rotundidad: «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente». Pessoa intentó averiguar quién era a través de la multiplicación o desintegración de su personalidad y lo que halló, sin duda, fue un laberinto casi infinito en el que encontró más preguntas que verdades sin llegar nunca a descubrir quién era realmente.
La causa del sufrimiento humano, según el budismo, es el apego a las cosas materiales y a los sentimientos negativos. El budismo —la única doctrina religiosa que no es una religión— plantea, además, una liberación espiritual (el nirvana) a través de la moralidad, la meditación y la sabiduría. Mediante este camino que comprende ocho vías (conocimiento, actitud, discurso, acción, vida, esfuerzo, estado mental y concentración) se llega a la “extinción de los fuegos de todos los deseos y la absorción del yo en el infinito”; es decir, al autoconocimiento. Fernando Pessoa conoció perfectamente esta doctrina, pero la que practicó fue la primera, la búsqueda de sí mismo a través del descubrimiento de múltiples personalidades dentro de sí. Si algún legado nos dejó este fue el de la liberación y el deseo de ser nadie, de desparecer en un mundo en el que todos se mueren por “ganarle a alguien” o “ser personas importantes” o acumular riquezas.
Fernando Pessoa y Roberty Walser comprendieron, cada uno a su modo y por vías intuitivas, que el ser y la nada son dos caras de una misma moneda.