Enseñar es una vocación libre por la que no se debería pagar, pero también una relación de poder entre discípulo y maestro, dice George Steiner, que va desde lo más ordinario hasta lo más sublime.
En su libro Lecciones de los maestros, George Steiner plantea una serie de cuestiones sobre la legitimidad y la verdad de la enseñanza, todo lo cual lo lleva a establecer dos interrogantes básicas respecto a la condición de maestro o profesor. La primera: ¿qué es lo confiere a un hombre o una mujer el poder de enseñar a otros?; y la segunda: ¿es correcto que se pague por enseñar?
Respecto al poder de enseñar, Steiner habla de un misterio de lo inherente que reside en la vocación y en la capacidad de un hombre para trasmitir o trasladar a otro un logos, un conocimiento ya aprendido.La enseñanza, dice Steiner, comprende diversas tipologías: «elemental, técnica, científica, humanística, moral y filosófica».
Ser profesor o maestro implica establecer relaciones con el destinatario del logos: el discípulo. El intelectual francés distingue tres escenarios en los que ocurre la relación maestro-discípulo: la relación en la que el maestro ha destruido a sus discípulos física y psicológicamente; la relación en la que el discípulo ha destruido al maestro; y la relación en la que maestro y el discípulo intercambian confianza, admiración, amor y amistad.
La auténtica enseñanza, explica Steiner, supone la imitación “de un acto trascendente o, dicho con mayor exactitud, divino de descubrimiento”; también la virtud del ejemplo o la demostración del profesor de que comprende y domina lo que trasmite; así como el ejercicio abierto y oculto de una relación de poder, de fascinación. “El Maestro posee poder psicológico, social y físico para premiar y castigar o excluir y ascender.
La profesión de maestro comprende, según este autor, dos extremos: el del maestro rutinario y desencantado y el del maestro con un elevado sentido de su vocación y su deber; y dos tipologías: el destructor de almas y el maestro líder y carismático que cambia vidas. El verdadero maestro no es una ficción, se puede identificar perfectamente: viven en el anonimato, despiertan un don en niños y jóvenes, buscan con obsesión un camino, prestan libros a sus discípulos, se quedan después de clases y enseñan todo el tiempo, incluso cuando no trabajan. Sin embargo, Steiner sostiene que la enseñanza parece ser la norma y los buenos maestros son cada vez más raros. “En realidad, como sabemos, la mayoría de aquellos a quienes confiamos a nuestros hijos en la enseñanza secundaria, a quienes acudimos en busca de guía y ejemplo, son unos sepultureros más o menos afables. Se esfuerzan en rebajar a sus alumnos a su propio nivel de faena mediocre”, dice.
Respecto al pago que reciben los maestros por la enseñanza, se pregunta: “Pero, ¿en nombre de qué supervisión o vulgarización se me debería haber pagado parta llegar a ser lo que soy, cuando —y he pensado en ellos con un malestar creciente— podría haber sido absolutamente más apropiado que yo pagara a quienes me invitaban a enseñar?”. Es verdad que los profesores y maestros tienen que comer y mantener una familia, pero no dejar de ser inquietante su punto de vista respecto a la verdad de la vocación. En un mundo tan materialista, esto puede sonar a fantasía o locura.