Las preguntas que en un principio originó el libro aún persisten. ¿Qué es Trilce? ¿Un experimento, un libro raro, un capricho lingüístico de César Vallejo? No es fácil dar una respuesta, sobre todo si se trata de un texto sin aparente filiación u origen. Es como un libro surgido de la nada.
Hacia 1922, nada, en efecto, hacía presagiar la aparición de una obra con esas características. Antes de escribirla, César Vallejo era estilística y creativamente un modernista tardío, un deudor de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y Herrera y Reissig. ¿Qué pasó entonces por la mente de Vallejo, tras la publicación de Los heraldos negros en 1918? ¿Cómo pudo operar un cambio tan radical en su escritura.
De la noche a la mañana el poeta ya era vanguardista, aunque esta corriente literaria estuviera todavía en su fase independiente y multiforme. Como dice Washington Delgado, Vallejo consigue muy temprano, a pesar de él mismo, que la vanguardia no se quede en la moda, en la frivolidad imitativa y se convierta en carne y en sustancia práctica.
Trilce es, al mismo tiempo, la negación absoluta del modernismo y el hallazgo de un vanguardismo propio y original. Esta posición no lo acerca, sin embargo, al vanguardismo ortodoxo; más bien lo aleja de él, pues éste busca siempre la imagen aséptica, la exclusión de la anécdota y el sentimiento regional e histórico; es decir, la estética pura. Vallejo, en cambio, acoge las emociones personales, familiares, sociales e impuras que lo envuelven.
Los temas que componen el libro son, en cierto modo, anti-vanguardistas: la vida sencilla de la provincia, las relaciones familiares, los juegos de la infancia, los amores juveniles, las emociones personales, la pérdida de la madre, la vida en la prisión, el paisaje pueblerino, etcétera. Ellos atraviesan el libro y le dan unidad.
¿Y dónde reside su vanguardismo personal? Pues en la actitud revolucionaria con que asumió el lenguaje. Vallejo revela sin trabas su mundo anímico, aunque para conseguir este propósito transgreda las normas de la gramática y la preceptiva. El ritmo tradicional que le infunde la métrica a los poemas desaparece para dar paso a un ritmo interior desconocido, descarnado y profundo.
“Las reglas gramaticales, los vocablos mismos son sometidos a violentos descoyuntamientos. Hasta la ortografía resulta vulnerada y las palabras parecen escritas no de acuerdo a una tradición semántica ni a una realidad sonora, sino a imprevistas asociaciones automáticas”, dice Washington Delgado. Para muestra un botón: “999 colorías. / Rumbb…Trrrarrrrracha…chaz / serpentínica u del bizcochero / enjirafada al tímpano”.
El resultado de una escritura tan personal es una poesía expresiva, hermética, incomprensible y ajena al propósito comunicativo del lenguaje corriente. La verdad es que los poemas de Trilce nadie los comprende. Algunos críticos dirán, como es usual, que la poesía de su autor está hecha para ser sentida y no para ser comprendida. Ingenioso sofisma. La verdad —repito— es que los poemas de Vallejo son de difícil comprensión.
El poeta liberteño lo sabía; por eso, tras la aparición de Trilce, le escribió a Antenor Orrego una carta en la que reconoció: “Mi libro ha caído en el mayor vacío”. En esa misma carta, le expresa más adelante, con emotiva lucidez, la enorme audacia que había acometido: “Me doy en la forma más libre que puedo, y ésta es mi mayor cosecha artística. […] ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en el libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva”.
César Vallejo, debo decirlo, escribió su libro revolucionario con sinceridad. Nada en él es artificial o se rige por el puro juego verbal. Es una creación transparente, que responde a una necesidad imperiosa: hacer decir a las palabras lo que el sentimiento manda; y si el lenguaje se opone, convertir ese lenguaje en algo propio, manipulable y nuevo, sujeto a la voluntad y a los vaivenes emotivos del creador. Vallejo escribió Trilce “en difícil”, porque no lo podía hacer de otra manera.
Curiosamente, Trilce fue publicado en 1922, el mismo año que otros libros de difícil comprensión: Ulises de James Joyce y La tierra baldía de T.S. Eliot. Todos ellos, casi inaccesibles para los lectores, aunque fuentes permanentes de gozo estético para una minoría. Si bien tanto hermetismo y tantas transgresiones lingüísticas han vuelto impopular este libro, no podemos dejar de reconocer en él, como afirma certeramente Ricardo Silva Santisteban, el testimonio invalorable de quien se asomó y traspuso los “bordes espeluznantes” de la realidad lingüística para alcanzar el Ser, el único y auténtico Ser capaz de comunicarnos al mismo tiempo con el cosmos y la vida.
Hacia 1922, nada, en efecto, hacía presagiar la aparición de una obra con esas características. Antes de escribirla, César Vallejo era estilística y creativamente un modernista tardío, un deudor de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y Herrera y Reissig. ¿Qué pasó entonces por la mente de Vallejo, tras la publicación de Los heraldos negros en 1918? ¿Cómo pudo operar un cambio tan radical en su escritura.
De la noche a la mañana el poeta ya era vanguardista, aunque esta corriente literaria estuviera todavía en su fase independiente y multiforme. Como dice Washington Delgado, Vallejo consigue muy temprano, a pesar de él mismo, que la vanguardia no se quede en la moda, en la frivolidad imitativa y se convierta en carne y en sustancia práctica.
Trilce es, al mismo tiempo, la negación absoluta del modernismo y el hallazgo de un vanguardismo propio y original. Esta posición no lo acerca, sin embargo, al vanguardismo ortodoxo; más bien lo aleja de él, pues éste busca siempre la imagen aséptica, la exclusión de la anécdota y el sentimiento regional e histórico; es decir, la estética pura. Vallejo, en cambio, acoge las emociones personales, familiares, sociales e impuras que lo envuelven.
Los temas que componen el libro son, en cierto modo, anti-vanguardistas: la vida sencilla de la provincia, las relaciones familiares, los juegos de la infancia, los amores juveniles, las emociones personales, la pérdida de la madre, la vida en la prisión, el paisaje pueblerino, etcétera. Ellos atraviesan el libro y le dan unidad.
¿Y dónde reside su vanguardismo personal? Pues en la actitud revolucionaria con que asumió el lenguaje. Vallejo revela sin trabas su mundo anímico, aunque para conseguir este propósito transgreda las normas de la gramática y la preceptiva. El ritmo tradicional que le infunde la métrica a los poemas desaparece para dar paso a un ritmo interior desconocido, descarnado y profundo.
“Las reglas gramaticales, los vocablos mismos son sometidos a violentos descoyuntamientos. Hasta la ortografía resulta vulnerada y las palabras parecen escritas no de acuerdo a una tradición semántica ni a una realidad sonora, sino a imprevistas asociaciones automáticas”, dice Washington Delgado. Para muestra un botón: “999 colorías. / Rumbb…Trrrarrrrracha…chaz / serpentínica u del bizcochero / enjirafada al tímpano”.
El resultado de una escritura tan personal es una poesía expresiva, hermética, incomprensible y ajena al propósito comunicativo del lenguaje corriente. La verdad es que los poemas de Trilce nadie los comprende. Algunos críticos dirán, como es usual, que la poesía de su autor está hecha para ser sentida y no para ser comprendida. Ingenioso sofisma. La verdad —repito— es que los poemas de Vallejo son de difícil comprensión.
El poeta liberteño lo sabía; por eso, tras la aparición de Trilce, le escribió a Antenor Orrego una carta en la que reconoció: “Mi libro ha caído en el mayor vacío”. En esa misma carta, le expresa más adelante, con emotiva lucidez, la enorme audacia que había acometido: “Me doy en la forma más libre que puedo, y ésta es mi mayor cosecha artística. […] ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en el libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva”.
César Vallejo, debo decirlo, escribió su libro revolucionario con sinceridad. Nada en él es artificial o se rige por el puro juego verbal. Es una creación transparente, que responde a una necesidad imperiosa: hacer decir a las palabras lo que el sentimiento manda; y si el lenguaje se opone, convertir ese lenguaje en algo propio, manipulable y nuevo, sujeto a la voluntad y a los vaivenes emotivos del creador. Vallejo escribió Trilce “en difícil”, porque no lo podía hacer de otra manera.
Curiosamente, Trilce fue publicado en 1922, el mismo año que otros libros de difícil comprensión: Ulises de James Joyce y La tierra baldía de T.S. Eliot. Todos ellos, casi inaccesibles para los lectores, aunque fuentes permanentes de gozo estético para una minoría. Si bien tanto hermetismo y tantas transgresiones lingüísticas han vuelto impopular este libro, no podemos dejar de reconocer en él, como afirma certeramente Ricardo Silva Santisteban, el testimonio invalorable de quien se asomó y traspuso los “bordes espeluznantes” de la realidad lingüística para alcanzar el Ser, el único y auténtico Ser capaz de comunicarnos al mismo tiempo con el cosmos y la vida.