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Sobre la gravitación literaria

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La influencia de escritores como Vallejo, Borges, García Márquez y Vargas Llosa sobre su generación y las siguientes puede ser, en unos casos, beneficiosa y, en otros, devastadora; todo depende de cómo se experimente su fuerza gravitacional.
Hay escritores que, por su calidad y trascendencia, construyen con sus obras universos literarios autónomos, mundos capaces de ejercer una enorme gravitación sobre los procesos literarios en los que surgen y de los que parecen estar al mismo tiempo integrados y distantes. En otras palabras, son en sí mismos una literatura.
Existe, por ejemplo, una literatura llamada Borges, una literatura García Márquez, una literatura Vallejo y una literatura Vargas Llosa. Ricardo Piglia dijo que la influencia de Borges era tan grande en Argentina que todos imitaban su escritura consciente o inconscientemente. La otra forma de influir es a través de un comportamiento modélico como creador y como intelectual.
El campo gravitacional de los escritores-literatura afecta primero a los miembros de la generación de la que forman parte y luego se torna histórica; es decir, se proyecta hacia sucesivas generaciones. Esto es lo que ha ocurrido a partir de los años 60, con algunas variantes, con García Márquez y Mario Vagas Llosa; y lo mismo, desde hace casi 80 años, con Vallejo. El caso de Vallejo es emblemático, puesto que su poesía cubre como un manto la historia de nuestra literatura, manto de cuya sombra es muy difícil escapar.
La influencia puede ser, según como  se mire, perniciosa o bienhechora. Cuando Mario  Vargas Llosa debutó como novelista con La ciudad y los perros generó, entre los escritores de su generación, miedo, desconcierto y, en algunos casos, parálisis. Además de, por supuesto, envidia y desprecio. Su irrupción descolocó a muchos de los grandes narradores de los años 50 y, en cierta forma, no los dejó brillar con luz propia; situación de la que no tiene ninguna culpa el autor de La casa verde.  Me pregunto cuál hubiera sido el destino literario de Julio Ramón Ribeyro o Luis Loayza, extraordinarios narradores, si no hubiera existido el faro Vargas Llosa.
El modo en que Vargas Llosa gravita sobre el proceso de la literatura peruana no se refleja directamente en el lenguaje o en la visión narrativa de sus seguidores, como es el caso, creo, de García Márquez con los escritores colombianos, o el de César Vallejo con los nuestro poetas, sino en la manera de adelantarse en el uso de los procedimientos, técnicas y recursos literarios; y, sobre todo, en la manera exclusiva y excluyente con que asume el oficio de novelista e intelectual. Otro modo de influir es mediante la afirmación de una vocación.

En una encuesta realizada por un diario colombiano a ocho novelistas acerca de la influencia de García Márquez en su obra literaria, casi todo respondieron algo muy parecido a lo que dijo uno de ellos, Jorge Franco: «Me ha influenciado en la medida que lo hacen todos los grandes escritores, que con la calidad de sus obras me motivan a escribir, a buscar, así sea inútilmente, parecerme a ellos. Y de su literatura he aprendido que hay que ponerle a este oficio más tripas y corazón que razón y cabeza». Este es, digamos, el lado bienhechor de toda influencia, el que hace también grandes y geniales a Vallejo, Borges y Vargas Llosa.

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