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Inteligencia versus estupidez

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Según Medawar, la inteligencia declina hasta llegar a un tope; para Denegri es diferente: la inteligencia decrece de manera indefinida y, por lo mismo, cada día existe más estupidez. No soy tan pesimista como el novelista Philip Roth, para quien las personas ya no leen porque simplemente se ha "cortado la señal" con los libros y, además, porque "la concentración, la soledad y la imaginación" que hacen falta brillan por su ausencia. Pero le doy la razón.
Para Marco Aurelio Denegri no se lee porque simplemente la estupidez, que reina en los medios de comunicación y en casi todas las relaciones sociales, es estupefaciente y opresiva. Para él, a diferencia de lo que pensaba el científico Peter Medawar, la inteligencia decrece de manera indefinida en el mundo; es decir, no se va a detener. Siguiendo esta lógica, hoy existen, proporcionalmente, más estúpidos que los que existían hace 50 años. Y, por lo mismo, menos seres inteligentes.
La demostración palmaria de esta realidad sería la actuación de los políticos, los contenidos de los medios de comunicación, particularmente de la televisión ―agente estupidizante por antonomasia― y la frivolidad campeante en todos los órdenes de la vida. «Evidentemente eso no puede ser una manifestación de inteligencia», dice Denegri.
Si la estupidez es la «torpeza notable en comprender las cosas”, la inteligencia es todo lo contrario: capacidad para entender, comprender o resolver problemas. ¿Por qué hemos llegado a esta encrucijada que, de ser totalmente cierta, cuestiona nuestra propia naturaleza humana? ¿No somos acaso los únicos seres pensantes de la naturaleza?
Aunque no estoy convencido totalmente de los argumentos de Denegri, debo admitir sin embargo que gracias al declive de la cultura, la entronización del espectáculo, la indiferencia por los libros, el culto por la frivolidad tecnológica, el descrédito de lo razonable y la obtención del placer por el placer, los objetivos humanos han dado un vuelco: lo normal es no comprender y lo anormal no dejarse manipular bajo ninguna forma de poder. Los más felices son, al parecer, los que no piensan y se dejan conducir como parte del «rebaño desconcertado».
En una realidad donde se ha encumbrado la estupidez, es muy difícil, desde luego, que "la concentración, la soledad y la imaginación" tengan cabida. En esto le doy toda la razón a Roth. ¿Por qué alguien que es muy feliz con lo que tiene tendría que dedicarse a la meditación, el culto por el aislamiento o el desarrollo de utopías colectivas?  
En un mundo donde todo pasa muy rápido ―o simplemente no pasa nunca― es lógico también que la lectura termine convertida en un "hobby solitario", en una actividad exclusiva de una elite, de una minoría ilustrada. ¿Esto quiere decir que las grandes mayorías siempre van a ser funcionales para el poder? Todo parece indicar que sí. Por eso se dice que la estupidez es opresiva.
Debo observar, no obstante, que la culpa de que la estupidez crezca en forma geométrica y la inteligencia en forma aritmética no se debe a los medios de comunicación en sí, sino a quienes los manipulan y desarrollan sus contenidos. Por otra parte, me aterra comprobar que uno de los temas dominantes del atraso educativo sea la incapacidad de nuestros niños y jóvenes para comprender lo que leen. ¿Es acaso esto una prueba contundente de las afirmaciones de Marco Aurelio Denegri?
No me consuela pensar bajo ningún punto de vista de que todos somos o hemos sido estúpidos alguna vez y que por esta razón hemos cometido grandes o pequeños errores. Tendríamos que admitir entonces que la estupidez es consustancial a los seres humanos. ¿Se puede decir lo mismo de la inteligencia? ¿Tenemos en nuestras vidas un historial de sabiduría que nos haga sentir orgullosos?




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