Nicanor Parra y Tomas Trnastromer. Dos poetas distintos, dos modos de ver la realidad, dos maneras de estar unidos solo por la edad, la fuerza vital y la persistencia creativa.
Tengo en mi mesa de noche una pila de libros que esperan turno para ser leídos y, en algunos casos, releídos. Dos de ellos son de reciente adquisición: Poemas y antipoemas de Nicanor Parra y dos antologías de poemas de Tomas Tranströmer: Deshielo al mediodía y El cielo a medio hacer.
En realidad, a Nicanor Parra ya lo había leído en mi época de estudiante universitario. Entonces el espíritu “anti” estaba tan arraigado en mí que los textos del chileno me cayeron como pedrada en ojo de tuerto. Con Tranströmer, en cambio, debo reconocer que partía de una ignorancia absoluta. ¿Cómo se me pudo podido escabullir un poeta tan importante para la literatura mundial?, me pregunto.
Cuando el sueco fue anunciado como el nuevo Premio Nobel de Literatura busqué infructuosamente en bibliotecas públicas y privadas algún libro de su autoría. Con suerte, pude leer algunos textos suyos en blogs y suplementos culturales de algunos diarios electrónicos. Lo poco a lo que tuve acceso me prefiguró el inmenso talento de este poeta. No había leído ni una sola línea de él y sentía remordimientos, por esta razón apenas pude adquirí las antologías mencionadas.
Algo parecido me sucedió hace poco con Parra. Enterado de que se había ganado el Premio Cervantes corrí a mi biblioteca en busca del librito editado por Cátedra para meterle el diente por segunda vez. Pero desistí y me entretuve navegando en las páginas oficiales y extraoficiales que abundan en la Internet. Mi objetivo era leerlo el fin de semana siguiente y preparar un artículo para el diario, pero el tiempo y las lecturas pendientes fueron postergando su lectura, igual que la de Tranströmer.
Como soy un lector lleno de manías y obligaciones autoimpuestas, cada vez que tomaba uno de los libros pendientes de mi mesa de noche me acordaba la deuda que tenía con el Nobel y el Cervantes. Hasta que anoche no pude más e intenté saldar mi deuda. Lo primero que hice fue hojear los libros para obtener una visión general de la aventura que iba a acometer, luego me sumergí de golpe y a ciegas. Y aquí estoy todavía, envuelto en una piel transparente como neurona en mielina, atontado, fuera de órbita, colgado de las imágenes insólitas producidas por ambos poetas.
No hay poetas más disímiles que Parra y Tranströmer. Mientras que el primero afirma su presencia en cada uno de sus famosos antipoemas, el segundo quiere más bien desaparecer elegantemente, borrarse de la realidad poética para que sea ella misma la que organice su existencia. Parra poetiza desde la trasgresión; Tranströmer desde la seducción plástica. Parra busca el humor y la corrosión; Tranströmer la asociación de imágenes extrañas y provistas de contemplación.
Uno y otro, sin embargo, estás unido por una postura irreductible frente a la realidad. El chileno no ha dejado de ser nunca el aguafiestas ideológico, el contestatario que “colgó” de un puente la silueta de los mandatarios chilenos desde de O' Higgins a Lagos, pasando por Pinochet. Su carácter fue siempre el de un alborotador. Mientras que el sueco lucha para que su voz y su talento musical no se apaguen en la caja negra de la hemiplejía y el silencio. No lo hizo antes cuando fue acusado de escribir en contra del compromiso político, ni creo que lo hará ahora que acaba de cumplir 80 años.
Leamos estas lecciones de poesía. Uno es irónico, contestatario, irreverente: «El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos: / Aunque le pese/ El lector tendrá que darse siempre por satisfecho (…) Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse: / La palabra arcoíris no aparece en él en ninguna parte, / Menos aún la palabra dolor, / La palabra Torcuato. ¡Sillas y mesas sí que figuran a granel!, / ¡Ataúdes, útiles de escritorio!/ Lo que me llena de orgullo/ Porque, a mi modo de ver, este cielo se está cayendo a pedazos». El otro es plástico, casi imperceptible: «Uno ha visto tanto. / A uno la realidad lo ha consumido tanto: / pero al fin, ha llegado el verano: // un gran aeropuerto— el controlador baja/ carga tras carga de gente/ congelada en el espacio.// La hierba y las flores: aquí aterrizamos. / La hierba tiene un jefe verde. / Yo me pongo a sus órdenes».
La lectura no ha concluido todavía. Me aguardan el segundo tomo de Tranströmer y una relectura del breve libro de Parra. Por ahora, sin embargo, creo que tengo suficiente. La poesía, además de ser un profundo misterio, es siempre una experiencia reconfortante, sea que se viva desde la ironía o desde la seducción estética.