¿Qué relación existe entre César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro con el atraso del Perú? Un delirante articulista los acusa de haberlo incentivado con su “pesimismo”.
Hace unos días, leí un artículo (Suplemento Economía de El Comercio del 13/03/12) soso y majadero en el que su autor, Diego De la Torre, culpa a César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro de haber influido de manera negativa en el subconsciente de los peruanos.
Según el articulista, Vallejo con su «letanía derrotista» y Ribeyro con su «tentación del fracaso» lo único que han hecho hasta ahora es impedir que los peruanos creamos en «algo grande» y desarrollemos «una mentalidad ganadora y sin complejos».
Como ejemplos de este «endémico pesimismo», De la Torre cita los cuentos Paco Yunque y Espumante en el sótano. Supongo que para llegar a la mentecata conclusión a la que ha llegado, ha tenido que leerse la obra completa de ambos. Y, sobre todo, ha tenido que comprobar que las mentes de todos los peruanos —o la mayoría de ellas— están perversamente influenciadas por el tipo de literatura que practicaron estos dos ilustres hombres de letras.
Felizmente, Mario Vargas Llosa ganó el 2010 el Premio Nobel de Literatura, de lo contrario De la Torre lo habría acusado sin duda de envenenar el pensamiento de los jóvenes con aquella famosa pregunta que se hace el personaje Zavalita cuando sale de las oficinas de La Crónica y se dirige la jungla de la avenida La Colmena: «¿En qué momento se jodió el Perú?». Pero como el autor de La ciudad y los perros es antes que nada un «ganador», no vale la pena achacarle el pregón derrotista.
De la Torre afirma que los primeros en ser persuadidos por el «Dogma Montaigne» (una supuesta falacia económica que consiste en atribuir la pobreza de los pobres a la riqueza de los ricos) son los intelectuales, políticos y economistas que comparten con Vallejo y Ribeyro una visión pesimista de la realidad. En consecuencia, estos especímenes —con la ayuda del vulgo— serían también los encargados de frenar la lógica del desarrollo y la energía «creadora y empresarial» que todos los peruanos llevamos dentro. Luego de leer el texto de La Torre, algunos twiteros han escrito en tono de sorna que Vallejo y Ribeyro también tienen la culpa de que la selección peruana de fútbol no vaya a un mundial desde hace varias décadas.
Para De la Torre, las cosas ahora han cambiado y Vallejo, Ribeyro y Montaigne son cosa del pasado. Desde que se crearon nuevas leyes que respetan el derecho de propiedad y estimulan el libre mercado, la percepción de los peruanos es otra. Hoy por hoy —dice— la riqueza se extiende por doquier, el pragmatismo preside las relaciones económicas y el Perú es un país de inversionistas y ricos potenciales. ¿Qué ha pasado? ¿A quiénes leen ahora los prósperos peruanos? ¿Son los mensajes de Paulo Coelho, Alejandro Jodorowski y los paladines de la autoayuda tan poderosos como para cambiar la mentalidad consternada de los que antes leían a Vallejo y Ribeyro?
Los deleznables argumentos empleados por De la Torre se deben, de acuerdo a mi punto de vista, a tres posibles causas: ignorancia, oportunismo o fundamentalismo ideológico. ¿De qué otro modo podrían tomarse sus necedades? Solo alguien aquejado de ignorancia puede atribuir influencia negativa a la literatura en un país donde nadie lee ni menos compra libros (o citar mal a Montaigne como se lo ha demostrado un lector). Y lo peor, atribuir malas intenciones a quienes lo único que persiguen es revelar o cuestionar la condición humana que les ha tocado vivir. Además, si hubiera leído correctamente a Vallejo y Ribeyro comprendería que en ellos el dolor y el fracaso son valores creativos antes que estigmas de la autodestrucción.
O quizás el Presidente del Pacto Mundial en el Perú lo único que ha querido es ser original y esté convencido que esgrimir sandeces es una manera de ganarse el aprecio de los apologistas del libre mercado. De la Torre ha creído, equivocadamente, que las mismas fibras de peruanidad que tocó Thays en su opinión sobre la gastronomía podían tocarse también ―y con los mismos efectos― en la literatura. Más tonto no pudo ser.
O tal vez se fe liberal sea tan ciega que ha terminado convertido en un fanático y considere —como Satlin o Pol Pot— que los escritores e intelectuales son peligrosos para el desarrollo de los pueblos y, por lo tanto, hay que sacarlos del camino.
«En resumen, lo que el texto dice es que el Perú sería un mejor país si no hubiéramos tenido nunca a un César Vallejo ni a un Julio Ramón Ribeyro; que Ribeyro y Vallejo son dos lastres en el imaginario de la peruanidad», ha escrito en su blog Gustavo Faverón. Comparto plenamente su opinión.
Me pregunto qué pensará La Torre respecto de la relaciones Emil Cioran-Rumanía, Franz Kafka-Checoslovaquia y Fernando Vallejo-Colombia. ¿Guardan todos estos binomios una relación causa-efecto de carácter negativo? De acuerdo a su ignorancia, exhibicionismo o fanatismo liberal supongo que sí.