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El destino de las revoluciones

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¿Cuál de las revoluciones triunfó finalmente: la que pretendía transformar las estructuras del Estado y la sociedad o la que quería alterar las costumbres, las mentes y los valores de las personas?
Entre 1916 y 1917, en Zurich, se juntaron, sin que mediara  ningún plan previo, las dos vanguardias que marcarían el futuro de la humanidad en los siguientes 100 años: la vanguardia artística y la vanguardia política.
El azar quiso que estas dos corrientes utópicas coincidieran no solo en un país, en una ciudad, en un tiempo, sino también en una calle, en un cabaret: el Voltaire, ubicado en el número 14 de la Spielgasse de Zurich.
A esa guarida de rebeldes con causa y sin causa concurrieron, por un lado, Tristan Tzara y su pandilla dadaísta y, por otro, Vladimir Ilich Lenin y los intelectuales rusos que urdirían la conspiración política que sacó a los zares del poder.
Se trató del encuentro de dos utopías, de dos corrientes conspirativas, de dos revoluciones. Una, quiso cambiar el pensamiento del hombre; y la otra, la estructura de la  sociedad, la economía y la propiedad. Una, urdió espectáculos provocadores; y la otra, grandes dosis de violencia. Las consecuencias de ambas se podría decir que se extienden hasta nuestros días, pues de ellas derivan casi todos los movimientos contestatarios de los siglos XX y lo que va del XXI.
Mientras Tzara y los dadaístas montaban en el cabaret Voltaireespectáculos destinados a alterar las costumbres de la época, Lenin redactaba por aquellos días en los cafés próximos al bunker de los dadaístas el panfleto Imperialismo, fase  superior del capitalismo y preparaba en secreto la revolución bolchevique.
Según Francois Buot, un biógrafo de Tristan Tzara, este y Lenin llegaron a compartir mesa en el Voltaire y más de una idea. ¿En qué coincidieron o discreparon estos líderes vanguardistas sobre el carácter de sus revueltas? ¿Es posible que artistas y los políticos se pusieron de acuerdo en algo? Lo cierto es que se trataba, como dice Carlos Granés en su libro El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales de «una respuesta y un ataque  a la estructura de la sociedad, a la cultura hipócrita que había permitido la masacre y la miseria en nombre de principios morales elevados».
Los historiadores afirman que la revolución liderada por Lenin triunfó, transformó a Rusia y al mundo y, por lo mismo, sus consecuencias impulsaron a su vez otras ideas de cambio a lo largo del tiempo. La revolución liderada por Tristan Tzara, en cambio, fue derrotada y las vanguardias se diluyeron conforme el mundo se volvía más seguro y conservador. ¿Es cierto todo esto?
El socialismo real, que hasta los años 80 mantuvo un poder e influencia en todo el mundo, cayó como una pesada cortina de hierro (lo cual no quiere decir que haya dejado de existir), en tanto el germen de las vanguardias, declarado muerto prematuramente por algunos incrédulos, atravesó el horror del nazismo, sobrevivió a la Guerra Fría y ha seguido trasmitiéndose de generación en  generación hasta llegar a movimientos como el que inspira a los jóvenes del primer y tercer mundo a tomar las plazas de las grandes ciudades para exigir un lugar para sus sueños y sus libertades. 
Lo cierto es que ambas revoluciones que nacieron juntas en Zurich se han transfigurado en un nuevo sueño utópico que no alcanzamos todavía a entender del todo.

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