¿Hasta dónde es posible resistir el dolor? Padecerlo es, sin duda, una de las formas más patéticas de conocer los límites de nuestra propia humanidad.
No me había dado cuenta de lo que significa el umbral del dolor hasta hace quince días, cuando un súbita punzada que empezó en la parte izquierda de mi cintura fue extendiéndose por toda mi pierna hasta acabar con mi humanidad completa.
Hay dolores que suponen una gran pena y congoja, así como dolores que causan una terrible sensación de molestia y aflicción en el cuerpo. A los primeros los conozco muy bien, pero a los segundos casi nada. Y supongo que nunca terminaré de conocerlos. Al margen de esto, ambos dolores son terriblemente irresistibles.
La medicina define el umbral del dolor como la intensidad mínima de un estímulo que causa molestia o aflicción en alguna zona del cuerpo. No todos los seres humanos, sin embargo, reaccionamos de la misma manera frente a un estímulo que causa dolor. Para algunos, este puede resultar intolerable e incluso provocarle angustia, depresión, náuseas o lágrimas. Para otros, en cambio, se trata de una simple molestia o cosquilleo incómodo.La ciencia llama analgesia congénita a un trastorno genético que no permite sentir dolor como debiera a la persona que lo padece.
Hay dolores que suponen una gran pena y congoja, así como dolores que causan una terrible sensación de molestia y aflicción en el cuerpo. A los primeros los conozco muy bien, pero a los segundos casi nada. Y supongo que nunca terminaré de conocerlos. Al margen de esto, ambos dolores son terriblemente irresistibles.
La medicina define el umbral del dolor como la intensidad mínima de un estímulo que causa molestia o aflicción en alguna zona del cuerpo. No todos los seres humanos, sin embargo, reaccionamos de la misma manera frente a un estímulo que causa dolor. Para algunos, este puede resultar intolerable e incluso provocarle angustia, depresión, náuseas o lágrimas. Para otros, en cambio, se trata de una simple molestia o cosquilleo incómodo.La ciencia llama analgesia congénita a un trastorno genético que no permite sentir dolor como debiera a la persona que lo padece.
Un personaje de la novela La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina de Stieg Larsson, el gigante rubio Ronald Niedermann, es incapaz de sentir la efectividad de un puñetazo. Solo una patada en la entrepierna lo puede afectar, y esto es. He leído también sobre el caso de una niña británica, Grace, quien nació con el síndrome de Smith-Magenis, un trastorno cromosómico debido a lo cual es incapaz de sentir dolor frente a una quemadura, por ejemplo.
La mayoría de personas estamos librados de estos trastornos congénitos, aunque no exentos de ver literalmente al “diablo calato”, expresión popular con que se describe la intensidad de nuestros dolores. No sé si la expresión metafórica “diablo calato” pueda expresar cabalmente lo que resulta inaguantable para nuestro cuerpo, pero lo cierto es que el dolor, cuando lo padecemos, remite nuestra humanidad a un estadio de tormento en el que deseamos con todas las fuerzas de nuestra alma que el mundo se acabe o que alguien nos borre literalmente de un plumazo de la faz de la tierra. Chancarse un dedo en la puerta es, sin duda, el “diablo calato” cotidiano.
La ciática o inflamación de las raíces del nervio ciático no nace en el infierno, sino en lo más hondo de nuestro cuerpo. El dolor que causa es, como todos los dolores, indescriptible e insoportable, y se siente desde la zona lumbar hasta los glúteos, los muslos, la rodilla, la pantorilla y hasta en el pie. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.
La mayoría de personas estamos librados de estos trastornos congénitos, aunque no exentos de ver literalmente al “diablo calato”, expresión popular con que se describe la intensidad de nuestros dolores. No sé si la expresión metafórica “diablo calato” pueda expresar cabalmente lo que resulta inaguantable para nuestro cuerpo, pero lo cierto es que el dolor, cuando lo padecemos, remite nuestra humanidad a un estadio de tormento en el que deseamos con todas las fuerzas de nuestra alma que el mundo se acabe o que alguien nos borre literalmente de un plumazo de la faz de la tierra. Chancarse un dedo en la puerta es, sin duda, el “diablo calato” cotidiano.
La ciática o inflamación de las raíces del nervio ciático no nace en el infierno, sino en lo más hondo de nuestro cuerpo. El dolor que causa es, como todos los dolores, indescriptible e insoportable, y se siente desde la zona lumbar hasta los glúteos, los muslos, la rodilla, la pantorilla y hasta en el pie. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Hace más o menos quince días que convivo con este nuevo dolor metido en mi cuerpo. Los tres o cuatro primeros días fue capaz de humillar mi salud y acabar con mi rutina diaria. Empezó como una punzadita de alfiler que fue creciendo y creciendo y que solo cedió ―en parte― a seis pinchazos de cargados de Diclofenaco y Metamizol Sódico, complementado con dosis posteriores de Dolo Trineural.
Los médicos que me han examinado han añadido nuevos dolores a mi dolor original: me han enviado a sacarme placas de Rayos X y a un plan de rehabilitación que consiste en diez sesiones ―que pueden extenderse a más― de ultrasonido, masajes y ejercicios sumamente dolorosos. Sé que es por mi bien, pero si por mí fuera hace rato que tendría que haber abandonado esos estiramientos que me conducen a una visión bastante familiar: el horripilante striptease del diablo.
Yo sé que la muerte es un poder contra el que nada se puede, pero si me fuera dado elegirla, me gustaría que fuera súbita y sin ese dolor que el Diclofenacoe, Metamizol Sódico, el Dolo Trineural y los diligentes masajes que la señorita de rehabilitación me aplica con su mejor buena voluntad no le impiden sobrepasar mis propios límites de resistencia.